EN PRIMERA PERSONA
Durante la primera de las dos inundaciones del 2012, me interesó que de repente sucediera algo que hiciera que toda la comunidad estuviera prestando atención a lo mismo. Hablando sobre lo mismo, enviando fotos y leyendo noticias sobre lo mismo.
3 de mayo de 2020
Por Francisco Bariffi
Para mí la inundación del 80 había sido siempre una especie de leyenda. Me la habían contado a través de anécdotas y señalado a través de las marcas que había dejado en el pueblo. Desde los árboles y puentes que ya no estaban en el parque hasta los cimientos roídos y las marcas de humedad que todavía hoy dan cuenta de cuál había sido la altura del agua. Por lo que decían, después de una lluvia de más de 600 milímetros en Laprida, el 27 de abril de ese año había nacido una especie de río. O, como escribió Eduardo Agüero Mielhuerry en su nota conmemorativa por los cuarenta años del desastre, se había precipitado un "inesperado aluvión de agua y barro", un aluvión que iniciaría la peor inundación en la historia de Azul.
Durante la primera de las dos inundaciones del 2012 -que sí viví y de la que puedo dar testimonio-, me interesó que de repente sucediera algo que hiciera que toda la comunidad estuviera prestando atención a lo mismo. Hablando sobre lo mismo, enviando fotos y leyendo noticias sobre lo mismo. Todos sabíamos que en menos de una hora habían llovido más de 250 milímetros, muchos instalaron las compuertas que todavía pueden verse, y algunos hasta se apresuraron a comprar vivieres de emergencia.
Cuando llegó esa primera inundación del 2012 -cuyo aniversario es también en pocos días-, mi mente empezó a comparar la situación con lo que había escuchado sobre la situación del 80. Todas las viejas anécdotas que había escuchado se reavivaron. También se habló sobre la inundación del 2001, y se dijo que al menos esta no sería tan grave como la del 80. "En la del 80", dijo alguien muy viejo, "media provincia estaba bajo agua".
Yo me sentía en una historia que ya se me había contado. Me imaginaba, entre otras cosas, que en esa legendaria inundación habría pasado lo mismo que ahora veía; que de repente todos habrían tenido que cooperar y pensar juntos ante el margen limitado de tiempo del que se dispone en una emergencia. ¿Pero ahora qué?, pensaba. ¿Cuánto iba a aumentar el nivel del arroyo esta vez? ¿A qué hora iba a ser el pico? ¿Habría agua en mi habitación y mis juguetes?
Como dije, todos estábamos pendientes de lo mismo, pero, con el paso de las horas, resultó que no todos vivimos eso mismo de igual manera. Yo, por ejemplo, no viví la inundación como muchos otros de mis compañeros de escuela. Mis precauciones del día previo a la llegada del agua sólo consistieron en levantar mis juguetes y libros más preciados del piso. No necesité evacuar mi casa. No necesité de las frazadas, de los colchones ni de los bidones de agua que mandaba el gobierno. Para mi mente de niño, y desde el privilegio de vivir en una zona no precarizada y a la que el agua no llegaba, había incluso una sensación de aventura en medio de semejante agitación. La cancelación de las clases me había alegrado, y, mientras revisaba el aumento del nivel del agua y veía cómo todo el pueblo respondía a la emergencia, admito que mi sensación era como la de estar entre los actores de Titanic.
Recuerdo que, al día siguiente de que se anunciara el inevitable desborde del arroyo, me puse el vadeador de pesca de mi padre y salí de mi casa. Tenía 13 años, por lo que el vadeador me quedaba bastante grande. Debía tener mucho cuidado, me habían dicho, porque si me caía y se llenaba de agua era posible que no pudiera levantarme. Pero no habían logrado que me asustara. Yo estaba inundado por lo que veía. Sospechaba de las nuevas acumulaciones de nubes en el cielo y miraba con curiosidad a cada persona que veía en la calle. Como dice Arlt, en una de sus Aguafuertes, hay veces en que "el espectáculo influye de tal modo, que uno es lo que lo rodea".
De mi recorrido de esa tarde recuerdo la imagen de una mujer mayor que cargaba con dos bolsos mientras se esforzaba por pedalear su bicicleta hacia afuera del agua. Ver eso sí me dio un poco de miedo. Pero seguí en dirección contraria, hacia donde el agua era más honda. Cuando estuve lo suficientemente cerca, sosteniéndome de un árbol y con el agua entre las rodillas y la cintura, vi que el arroyo había desaparecido. Solía ubicarse a una cuadra de donde yo estaba parado. Pero ahora en ese lugar había un río. Los límites del agua se habían expandido más de lo imaginado y su velocidad parecía la de una autopista que arrasaba con ramas y cosas que sin que yo las viera viajaban por lo profundo.
Para el chico de 13 años, esa imagen, tan increíble como esperable, se sintió como un descubrimiento. Volví lento, que era lo más rápido que podía entre semejante cantidad de agua, pensando cómo describir lo que acaba de ver. Quería contárselo a todo el mundo. Quería contarlo como a mí me habían contado las anécdotas de la inundación del 80.
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.
11/02/2025
10/02/2025
A partir de las 18 en el Parque Municipal se realizará este clásico de verano con música en vivo. leer mas
10/02/2025
Provinciales
09/02/2025
09/02/2025
09/02/2025
09/02/2025
09/02/2025
HACE CINCO AÑOS QUE DIRIGE
HISTORIAS DE VIDA
09/02/2025
EL NUEVO TRANSPORTE PÚBLICO DE PASAJEROS
08/02/2025