INFORME ESPECIAL

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El "desierto", los toldos y los ranchos en Azul

Los toldos. En el principio de los tiempos históricos la inmensa llanura era, según el calificativo de los nuevos visitantes, "el desierto", entendido este espacio geográfico como carente de poblaciones estables o bien como un lugar de verdadero "vacío" cultural, donde todo era bárbaro, salvaje, bruto. Sin embargo, en ese desierto no sólo habitaban elementos propios de la fauna y de la flora natural, sino seres humanos, con su particular manera de vivir, como típicos pueblos cazadores recolectores, sin asentamiento fijo, llevando -como el caracol- su casa a cuesta. Esa casa eran los toldos. Era el estado cultural en el que los halló la "civilización".

26 de diciembre de 2024

Por supuesto que sobre ellos hay mucho escrito y, en un tiempo no muy lejano, los ocupantes ancestrales de ese "desierto", no sólo fueron desalojados y aniquilados, sino considerados como "objetos de estudio" más que como seres humanos, a punto tal que hasta enjaulados fueron paseados hacia su destino final, para humillarlos hasta lo insufrible.

Aún hoy, a esta altura de la "civilización", muchos de sus cráneos y esqueletos "lucen" en museos o exposiciones. Empero, bastante se ha progresado en eso y sus restos son devueltos a su lugar de origen. ¡Oh!, hombre contradictorio: para quienes los exterminaron, mausoleos y honras (Azul, para ellos, la exhibición museográfica).

En el magnífico manual del Padre Juan Guillermo Duran se puede leer: en los toldos de Railefe y Catriel, "que uno de los problemas más difíciles, por su complejidad, dentro de la etnografía argentina, es la discriminación y sistematización de los diferentes núcleos de población aborigen que ocuparon al Sur del paralelo 34" -la Pampa y la Patagonia- [aclaración del autor de esta nota: aborigen no significa "sin origen", sino, ab (desde), por lo tanto, los originarios].

Nuestros ocupantes primeros fueron encerrados "en pinzas"-ocupación pacífica, primero desde allende la cordillera (antes que llegara "el huinca" en el siglo XVlll), en búsqueda de ampliación del espacio, caza y pesca, y arreo de ganado mayor, esparcido libremente por nuestras pampas. La segunda etapa ya es violenta y arrasa con la resistencia de los primeros habitantes del "desierto", por propios "hermanos" de raza; que, como ocurre con todo pueblo conquistador, se cruzó racial y culturalmente con el conquistado.

No es el caso ocuparnos de ellos, sino simplemente destacar que su "hábitat" familiar, estable o trashumante, eran los toldos que daban lugar a la formación social de las "tolderías".

"Plantaban sus toldos donde lo exigían las necesidades del momento, y con la misma facilidad y rapidez los trasladaban a zonas más ventajosas y seguras cuando las necesidades apremiaban" (mismo autor, pág. 61/62. Padre José Guillermo Durán).

"Esta, hermanos, que es la tierra nuestra", dice una canción pampa. En pocas palabras, expresa muchas cosas: el sentido de la hermandad, el sentido de pertenencia a un espacio y a una cultura, el sentido de "lo nuestro" (el uso social del espacio común para beneficio de todos) y también de la transitoriedad del asiento de la misma, conforme las necesidades del conjunto humano nómade. Por eso no existen las ciudades como aglutinamiento social fijo. Ellas nacen como necesidad de un asiento estable para aquellos grupos humanos que se dedican a la agricultura (de ahí las grandes construcciones en nuestra propia América de las llamadas culturas andinas (a lo largo de los Andes), dedicadas al cultivo del maíz.

El rancho. El rancherío. "Tu cuna fue un conventillo", reza la letra de una canción popular. ¿Y qué cuna podía tener el criollo, que le fuera económica y fácil de construir, para dejar el toldo y tener un cobijo en los fríos inviernos y cálidos veranos? Por empezar, debía utilizar de material aquello que se tenía a mano: tierra, que mojada es barro; estiércol, cuya fábrica es la propia naturaleza, más la paja que provee el mismo medio. Donde hay montañas, buenas son las cuevas; donde hay piedra la construcción se hará con ellas; en las selvas, las grandes hojas o los mismos árboles... En fin, aquí, barro, paja y estiércol. Y entonces trocamos la letra del tango por "...tu cuna fue un rancherío...". Rancherío se plantó en torno a nuestra Plaza, en los tiempos fundacionales; rancherío que se esparció por el poblado, rancherío que se levantó en la fidelidad de indio sometido a la "urbanización"; rancherío que alzó el inmigrante como vivienda primera en esta tierra desconocida, y a veces, su hábitat familiar de toda la vida.


Toldería de Catriel. ARCHIVO EL TIEMPO

Por supuesto que en el desierto se levantaron ranchos, anuncios de la ocupación del "desierto" por el "huinca". "Los toldos primitivos fueron reemplazados por ranchos con desvencijados techos quinchados y más tarde de chapas, algunos ranchos estuvieron de pie hasta entrado el siglo (Suplemento del sesquicentenario de la fundación del fuerte de San Serapio. "El Tiempo", 16 de diciembre de 1982. Entregas sucesivas).

No están tan lejanos los tiempos en que, a medida que se iban construyendo lujosas mansiones en la zona céntrica, hacia la estación de ferrocarril y aledañas a las calles cercanas a la Plaza, los ranchos pululaban por toda la ciudad, no sólo "detrás del arroyo". Mi memoria me lleva a recordar, por lo menos, unos quince de ellos por los años cincuenta, y la evocación de colaboradores me han ampliado esa visión personal: Jujuy y Tapalqué; Jujuy y Corrientes (por ahí censé a un conocido vecino, Mario Taborda, por los años '70); en la misma Jujuy el rancho de Pichardo, el rancho de Arista, me dice el Ingeniero Farina; Juan B. Justo y Comercio "Los vicentinos" (aporte Daniel Monasterio); rancho de Igoa, en Leyría casi Falucho (aún en pie), cita Mario Scavuzzo; rancho de Álvarez, Jujuy y Belgrano, Delicio Rivero, familia Vázquez, frente a Plaza Oubiñas; Salta entre Rauch y España, un rancho emparedado (me dicen que lo voltearon); por la ex tosquera, actual Plaza Juan Manuel de Rosas (José Crevaro); de mi propia cosecha: Entre Ríos ( hoy Prat) y Rauch por los años '30, antes que el francés Don Enrique Chatelain construyera la panadería que vendió a nuestro padre y fue nuestra casa familiar, que hasta hoy ocupan nuestros sobrinos; el rancho del "Chivito" Giménez, en Córdoba casi Arenales; el rancho la familia Castro , Rauch y General Paz (la familia de un famoso personaje de nuestras calles, por los cincuenta, Raymundo Castro); el rancho de los Franco, en Santa Fe y España; el rancho de la abuela Genusso y el abuelo Cataldo, en Leyría y Santa Fe (para alquiler); los Barrionuevo, enfrente de la casa de los abuelos. El rancho de Lacasagne, de fines del siglo XlX (actual Don Cipriano); Olavarría y Burgos (remozado por proyecto del arquitecto Rocca) y hoy comercialmente activo. Por los '70, en Puán entre Burgos y Colón, el del "viejito" Ciano y su hermosa quinta (hoy destruido), propiedad desde hace muchos años la familia Bigalli; más alejado, en Villa Piazza el rancho de "Cortito Andrade", testigo inmutable de historias lugareñas...

Referente a los ranchos llamados de los "vicentinos", destacaremos lo que expresa el Padre César Hernán Villamayor en su libro "El Padre Cáneva". En dicho estudio se manifiesta que el 9 de Julio de 1919, celebración patria, el futuro obispo reunió a un grupo de jóvenes católicos para fundar una Sociedad que se dedicara a "luchar contra el hambre y la miseria". Como resultado de esa labor de solidaridad (esta vez encargada a vicentinos, hombres jóvenes que se dedicaran a la beneficencia, dándoles un papel que era, casi exclusivo de la mujer) "los Ranchitos vicentinos se transformaron luego en las casitas de los pobres y, finalmente, en las modestas viviendas de hoy". (Padre Villamayor. El Padre Cáneva; Pág. 92)

Adolfo Godoy, en uno de sus recuerdos versificados, nos recordaba de esta manera la "Villa Fidelidad":

"Fue un poblado muy pobre/ Con ranchos de adobe y "Quincho"/ Donde una raza de cobre,/ Vive de un modo distinto/ Por ser "fieles" al gobierno/ Éste las tierras le entrega/ Con un "confiado convenio,/ Sin "testamentos" ni "letras"... (y sigue).

Esta arquitectura primitiva constituyó un tipo de construcción que solucionó el problema habitacional a infinidad de familias, tanto criollas como inmigrantes. El rancho de tropas (primer hospital de tropas de Azul, en Corrientes y Colón, ocupado un tiempo por el Cacique Cipriano Catriel, edificación tan bárbaramente destruido allá por los años '90 a pesar de los esfuerzos del tradicionalista Neldo Hernández por evitarlo. Pero los intereses mercantilistas pudieron más que su buena intención. Ese latrocinio se inició por la esquina y continuó, tiempo después, con el resto de la casa, quedando hoy en pie sólo una pared por Colón, que se procura conservar.

De las tolderías y el rancherío camino hacia las construcciones sólidas. Si bien el propósito de este trabajo es mostrar el desarrollo de nuestra urbanidad, fundamentalmente en casas particulares, vale la pena mencionar, por su antigüedad y por aún mostrarse -modificadas- alguna en ruinas ante el paso del tiempo, algunas que tuvieron uso industrial o comercial en sus inicios.

La especulación con la tierra y las dificultades para edificar: pioneros. Uno de los obstáculos que encontraba el progreso edilicio de las nuevas villas que se iban esparciendo por la pampa y el resto del país, era la reticencia de los propietarios de tierras que, cegados por la especulación, esperando en el futuro mejores valores por ellas para enajenarlas cuando el progreso -que ya se vislumbraba- les diere mejores réditos. Recordemos que fruto de esa especulación desmedida surge la "crisis del '90" del Siglo XIX, que llevará a la caída del Presidente Miguel Juárez Celman y la Revolución del '90.

En nuestra ciudad se instala un progresista español, que en 1885 abrió una casa de remates. Este visionario extranjero se llamaba José Carús, cuya actividad es destacada de esta manera por el Suplemento del Diario "La Nación" del 9 de Julio de 1916: "Sin embargo el Señor Carús no desistió por esto de su propósito y su propaganda a favor de la desaparición de los latifundios y de la adquisición de por del modesto capitalista, el empleado y el obrero de pequeñas propiedades para levantar en ellas la casa propia, se abrió camino como resultado de una acción perseverante y un firme convencimiento". Más adelante dice el autor de la nota que esa tozudez del Señor Carús permitió el progreso del casco urbano, afirmando el cronista que "el Azul a ser lo que es en la actualidad: una de las ciudades más hermosas y e importantes ciudades de la provincia".

Ello permitió la formación de nuevas y tupidas barriadas, con la compra de terrenos, antes baldíos, espaciosos, mantenidos, hasta ahí más para la especulación que para el progreso urbano o la producción, así como la subdivisión de chacras en pequeños y medianos loteos.

"En el Azul, un pueblo que avanza rápidamente por el camino del progreso, que tiene ya definido su aspecto de gran ciudad y donde la población crece en proporción considerable, la tierra, no obstante esas circunstancias, ha alcanzado valores mínimos y, puede decirse, recurriendo a la expresión vulgar, se halla al alcance de todos los bolsillos" (Suplemento La Nación, citado anteriormente).

Exequiel Ortega publica en la Crónica del Sube y Baja. Estamos en el primer año del camino al primer centenario de la Independencia y, en un párrafo de ese valioso estudio, figura que el "martillero José A. Carús vendió en remate judicial la casa de doña Ch. de M. de 475 metros cuadrados (una gran mansión, sin duda, por deuda que la señora-viuda- tenía con dos prestamistas R.T. y F. M. de 200 pesos en 20.000)". Seguramente se inicialan los nombres a fin de no dar a conocer públicamente la identidad de la deudora, así como la de los acreedores (éstos, llamados "usureros", se hicieron de muchas propiedades a costa de la necesidad de mucha gente, tal vez con deseos de cumplir, pero por cuestiones de los tiempos duros no lograron su cometido, perdiendo su propiedad).

Tomando al azar un número del diario "La Razón", cuyo director era Rodríguez Ocón, conocida figura de nuestra ciudad, de 1929, en la página primera (el suelto tenía dos hojas tamaño "tabloide"), encontramos el siguiente anuncio: "José A. Carús- Para hoy a las 10 tenía anunciado el martillero José A. Carús, el remate de una valiosa finca situada en la calle Juárez , entre las de Bahía Blanca y Leyría, barrio especial para casas de familia. Y bien, ese remate ha sido transferido para el 5 de junio a la hora indicada, pudiendo los interesados consultar el aviso que insertamos en la segunda página, el que contiene todos los detalles del caso." En esa segunda página, como se anuncia, se hace una detallada descripción de la propiedad en venta.

Es ineludible citar a Don Andrés Ginocchio (milanés, nacido en 1848) en esto de propender al progreso de la ciudad. Aunque sus inicios estuvieron relacionados con el comercio de hacienda y fábrica de quesos en una chacra de más de 300 hectáreas, detrás del ferrocarril, se convirtió en un activo "desarrollador" en la construcción de viviendas que lo hizo tan famoso que (tal cual lo comenta y transcribe el arquitecto Augusto Rocca) la prensa local, teniendo en cuenta el febril dinamismo de don Andrés, llegó a afirmar que Azul se quedaría sin terrenos, ya que en 1908 eran ciento sesenta las edificaciones levantadas por su espíritu emprendedor. Tan benéfica fue su actividad que el municipio, en reconocimiento a este aporte al avance, estimulado por el ciudadano inmigrante, lo eximió por un tiempo de la carga municipal impuesta al derecho de construcción.

Con esta publicidad, ¿quién no se sentía atraído, si tenía con que responder?: "No tiene casa propia el que no quiere. Se venden en condiciones liberales y a largo plazo veinte casas, recién construidas, grandes y chicas para negocios y para familias."

De ese espíritu tan milanés, tan positivamente progresista sumado a esa liberalidad en el trato entre oferente, el comprador y la mediación del martillero, más los extensos plazos de amortización, surgieron -entre muchísimas- tres grandes edificaciones, hoy en pie, que llaman la atención y atraen la vista por su estilo, y su pintura hoy renovada. Se trata de edificaciones, art nuveau que ocupan la esquina Este y espacios contiguos, por Belgrano y Colón que han sido objeto de variados usos, muchos comerciales (de 1906), la de Colón 608, construía en 1905, y la de dos plantas de estilo ecléctico de San Martín 645, que fue ocupada por uno de los diarios de Azul: "El Imparcial". (En el estudio sobre el periodismo de Germinal Solans, ubica dicha Redacción en varios lugares de nuestra ciudad). El constructor era José Negretti (asociado en 1903 a Ginocchio), de desgraciado destino al quebrar el Banco Comercial (se suicidó).


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