YO DIGO
La crisis sanitaria decretada en el país por la pandemia de coronavirus podría acercar a los fumadores a "la hora del cigarrillo cero", según algunos vaticinan. Del mismo modo que ocurre en todo el país, conseguir puchos en Azul es una odisea
Por: Fabián Sotes
8 de mayo de 2020
Lo aclaro desde un principio: soy fumador. A veces en extremo. En otras, las menos, no tanto.
En carácter de tal, "padezco" por estos días la falta de cigarrillos, ante la ídem de los mismos por la ya conocida interrupción de su producción, la cual -según algunos medios sostienen- podría retomarse próximamente de la mano de la flexibilización dispuesta en el país por la actual pandemia de coronavirus.
No he ingresado en lo que llaman el síndrome de abstinencia, a pesar de que he tenido que racionalizar lo poco que en stock me quedaba (vaya un muy sentido agradecimiento a quien me proveyó para este día que ya termina) y, en ese contexto, focalizar las "fumatas" como corolario de situaciones bien puntuales. Entre ellas, después de la cena o de la mano de un café. Estas últimas, durante las tardes previas a mis incursiones laborales por la Redacción "tiempista", donde cuando me siento a escribir también necesito de la complicidad de ponerme a echar humo; aunque actualmente sea uno de los pocos que en el ámbito del diario todavía sigue teniendo este mal hábito.
Tengo plena conciencia de lo perjudicial del tabaco para la salud; aunque no he logrado todavía darle un corte abrupto y definitivo a ese vicio. El único, al menos eso creo, que conservo desde mi adolescencia, cuando empecé a fumar los Jockey suaves que fumaba mi vieja. La misma que tiempo después se jactaba de haber sido ella la que dejó el cigarrillo y no el cigarrillo el que la dejó a ella.
A modo de balance, en este jueves que ya se está terminando he fumado muchos menos cigarrillos de los que habitualmente consumía cuando esto de la pandemia por el coronavirus no existía.
En otras palabras, eso podría leerse como un virtual triunfo en la pulseada para dejar de fumar. Algo que realmente aún no me he planteado seriamente; pero que sirve como un enorme consuelo ante el faltante de un elemento tan habitual y contraindicado para el transcurrir de mi vida cotidiana.
Los que fueron fumadores y hoy ostentan orgullosos el trofeo por haber derrotado al pucho seguramente conocen de lo que ahora estoy escribiendo. Los que nunca -afortunadamente para ellos- tuvieron este vicio, es más que obvio que no lo entenderán jamás ni tampoco es necesario que lo hagan.
Misión casi imposible
Hechas todas esas aclaraciones, durante estos días he presenciado y también formé parte de diferentes escenas de la vida cotidiana que, en algún momento, me ubicaron buscando desesperadamente en todo Blue City un atado que sirviera para calmar mi ansiedad o darle rienda suelta al maléfico hábito.
Ese periplo se nutrió tanto de victorias como de estrepitosas derrotas, en medio de situaciones de todo tipo, algunas de las cuales son dignas de mencionar.
Semanas atrás recuerdo no haberle hecho caso al almacenero de la vuelta de mi casa cuando me decía que aprovechara a comprar porque en breve se iba a cortar el consumo ante la falta de stock.
Imaginé que lo que me advertía era una especie de trampa por parte suya para que comprara más de un atado por día, por lo que no le prestaba atención a sus certeras reflexiones.
Nobleza obliga, tengo que admitir que tenía razón.
Ahora, cuando voy a su almacén, hasta él se lamenta por no poder vender cigarrillos.
Según afirma, gran parte de su actividad se centraba en eso, a pesar de que su comercio es mucho más amplio en cuanto a artículos para el consumo de lo que pueden ser los kioscos.
Los kiosqueros están viviendo otro escenario difícil en medio de la pandemia. Y la falta de cigarrillos los convirtió también en "víctimas", según vi y escuché que lo decían en un informe del noticiero del canal local.
De acuerdo con lo que afirman, es poca y nada la gente que ahora va a los kioscos sabiendo que cigarrillos no hay, algo que los propios comerciantes reflejan a través de carteles colocados en las puertas de sus negocios. Algunos, vale reconocerlo, extremadamente ingeniosos.
Ahora, con el diario del lunes, es más fácil reflexionar. Pero si me hubiera anticipado a los efectos de la pandemia habría invertido todo mi capital (no es mucho, tengo que reconocerlo) en comprar cigarrillos porque para dólares nunca me dio.
Quienes todavía poseen atados de cualquier marca -las primeras prácticamente no se consiguen porque no se están fabricando- son actualmente uno de los pocos, por llamarlos de alguna manera, ganadores en estos tiempos de pandemia.
Hasta hace pocos días, un kiosquero tenía stock en su local del centro. Y era entre gracioso, llamativo y patético vernos (me incluyo porque yo también estaba) haciendo cola para esperar su llegada y después ingresar de a uno para comprar sólo un atado. De cualquier marca o sabor y pagando, incluso, cifras más elevadas a las habituales para poder acceder a una cajita o paquete de cilindros pitatorios que sirvieran para calmar tanta ansiedad o seguirle dando rienda suelta a tan nocivo hábito.
No se trata acá de culpar al comerciante por haber aumentado los precios de los cigarrillos que tenía. Cada cual hace su negocio. Y al fin y al cabo, yo también terminaba siendo cómplice por avalar esa situación y no poner el grito en el cielo o negarme a pagar más de lo que realmente los cigarrillos que compraba valían.
El comerciante sabe que mañana, cuando tal vez todo vuelva a la normalidad y nuevamente el mercado cuente con stock de cigarrillos, al momento de ir a comprarlos para después venderlos al consumidor seguramente salgan más caros. Y nosotros los fumadores seguiremos consumiendo, por más que el costo de los puchos se vaya más arriba de lo que ya están. No sólo pasa eso con los cigarrillos. Sucede con todos los artículos, hasta los de primera necesidad.
Al fin y al cabo, esto sigue siendo Argentina.
Durante estos días de escasez de tabaco tejí una especie de red entre fumadores como yo para tratar de tener la fija de dónde se podían conseguir puchos.
Así, en medio de la pandemia, cuando el dato saltaba nos dirigíamos cual manada hambrienta y desesperada hasta ese local donde todavía era posible conseguir fasos de los llamados "caretas".
El dato más reciente se relaciona con lo que viene sucediendo en el comercio que está sobre Ruta 3 y Avenida Piazza: el parador de la GNC situada frente al Cristo, en cercanías a uno de los ingresos a Azul.
Colas de hasta cinco cuadras o más de fumadores podían verse este jueves y días antes. Esos consumidores de tabaco, incluso, desafiaban al retén policial instalado sobre la Piazza con excusas de todo tipo con tal de lograr el objetivo de alcanzar uno de los preciados atados.
Las leyendas urbanas señalan, he aquí otro dato de extrema utilidad para los fumadores, que en las primeras horas de la mañana pueden conseguirse cigarrillos en determinados kioscos de la ciudad.
En esos casos, al parecer, lo fundamental es madrugar, ya que supuestamente después de las diez es imposible encontrar atado alguno. Incluso, hasta el de la marca más pedorra que uno jamás imaginó que podría llegar a consumir hasta que apareció en escena esta crisis sanitaria por culpa del coronavirus.
¿Se viene la hora del "cigarrillo cero"?
"Con las fábricas de cigarrillos cerradas, escasean los atados y crece el contrabando", decía el título de una nota publicada hace unos días en un medio digital porteño.
"Cada hora se acerca más el día del cigarrillo cero: en cualquier momento, un fumador dará la última pitada de tabaco en el país", vaticinaba de manera fatal para nosotros los fumadores dicho artículo.
La situación era advertida por la Cámara Industrial del Tabaco, desde donde se anunciaba que era "cuestión de días" para que los cigarrillos se acabaran.
En medio de ese nefasto panorama para todos los fumadores, como consecuencia se registraban en Azul las escenas anteriormente narradas.
Lo concreto es que las principales fábricas de cigarros aún siguen cerradas por la pandemia, aunque ahora una noticia reciente sonaba un tanto más alentadora y señalaba que volverían a producir en los próximos días, al reabrirse las que están en Pilar y Merlo.
Con los fumadores aguzando el ingenio para no perder el mal hábito (algunos ya se han convertido en expertos armadores, al cambiar los atados por el tabaco y el papel), mientras la actividad no se reanuda voceros del sector tabacalero sostienen que están en peligro unos diez mil puestos laborales.
En ese contexto generado por la pandemia de coronavirus, además, el Estado se pierde de recaudar una importante cifra de dinero, ya que el 80 por ciento de lo que cuestan los cigarrillos corresponden a cargas impositivas.
La actividad había quedado paralizada el pasado 20 de marzo, cuando se decretó el aislamiento social obligatorio en el país por la pandemia.
En la actualidad, las cifras indican que en Argentina son ocho millones de habitantes los que forman parte de la población activa de fumadores. También, que en su gran mayoría no están actualmente teniendo un acceso normal a los cigarrillos, ante la escasez de los mismos por la falta de producción.
En contrapartida a la situación narrada, la pandemia había disparado el consumo de tabaco.
En medio del aislamiento obligatorio, supuestamente un cigarrillo (o varios) aparecía para los consumidores como un falso consuelo que podía calmar los ánimos en este contexto de confinamiento que todavía persiste.
Al fin y al cabo, los fumadores no dejamos de padecer una adicción. Y suspender abruptamente el hábito también pude traer consecuencias graves para la salud, según sostienen los especialistas.
Si la escasez continúa, la cuestión pasará entonces por encontrar paliativos. Mientras tanto, principalmente los pulmones y otros órganos vitales de cada uno de nosotros los fumadores estarán de parabienes, aunque no podamos verlo. Y también lo estará el bolsillo.
Tal vez, ahora que lo pienso, la falta de cigarrillos sea finalmente la gran excusa para ganarle la pulseada a un vicio tan mortal.
Por eso, desde esta trinchera fumadora se aceptan sugerencias para ponerle el pecho a la situación.
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