DESDE LA REDACCIÓN DE "EL TIEMPO"

DESDE LA REDACCIÓN DE "EL TIEMPO"

Ricardo de la Fuente, el periodista que dio una primicia internacional

Integró la Redacción de este matutino en la década del '70. A poco de ingresar, cubrió un hecho que tuvo repercusión nacional y en el exterior: el intento de copamiento de la unidad militar local por parte del ERP. Escrito en 1996, su testimonio se da a conocer íntegramente en esta oportunidad.

Por: Marcial Luna
7 de junio de 2023

Ricardo de la Fuente se incorporó a la Redacción de EL TIEMPO en enero de 1974. Perteneció a una generación de periodistas hoy inhallable en los periódicos, en pleno desarrollo de la era digital del Siglo XXI. Nació en Coronel Suárez, en 1945. Luego de cursar la secundaria en Huanguelén, estudió en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación -especialidad Historia- y, en simultáneo, en la Escuela Superior de Periodismo, de la Universidad Nacional de La Plata. Con el golpe de 1976, fue víctima de una detención ilegal y poco después, al recuperar la libertad, resolvió exiliarse. Su nuevo lugar en el mundo fue Ecuador, la ciudad de Manta, donde continuó desarrollando su actividad periodística y, como documentalista, publicó varios libros que le merecieron el debido reconocimiento.

De su actividad en EL TIEMPO se recuerdan algunas anécdotas. Una de ellas es la que refiere que, cierta vez, en medio de un corte de luz significativo en la ciudad y ante la inminencia del cierre de edición -que, más tarde o más temprano, implicaba el "reinicio" de la máquina impresora-, encendió las luces de su Fiat 600, Ricardo subió el vehículo a la vereda de calle Burgos, frente al ventanal de la oficina que, por entonces, ocupaba la Redacción de este diario y, con la luz proyectada hacia su escritorio, logró concluir su crónica, aporreando una máquina de escribir Olivetti.

El testimonio que aquí se incluye le fue solicitado a Ricardo de la Fuente durante la investigación que culminó en el libro "El copamiento de Azul", referido al ataque del ERP en 1974 a la guarnición militar local. Transcurría el año 1996 y, sin dudas, su recuerdo era materia prima esencial. En dicho libro -editado en 2016, un año después del fallecimiento del periodista-, sólo se publicó un fragmento de su relato. En esta oportunidad, por primera vez, se transcribe totalmente.

Al momento de redactar su memoria sobre lo ocurrido el 19-20 de enero de 1974, Ricardo ya estaba radicado en Ecuador. Por ello tituló "Testimonio a la distancia (Manta, Ecuador, 1996)" al relato en el que agrupó todas las respuestas que le solicité, mientras el libro avanzaba lentamente, página a página.

Fue el primer periodista en llegar al lugar del hecho: la unidad militar de Azul. Y el primero en redactar la noticia que iba a tener trascendencia internacional: el intento de copamiento por parte del Ejército Revolucionario del Pueblo, con un saldo sangriento. Ricardo de la Fuente, en el testimonio que a continuación se reproduce, revela además cómo era el día a día del trabajo periodístico en EL TIEMPO, aquel fatídico verano de 1974.

El testimonio

"Algunos detalles habrán podido quedar sepultados en la desmemoria, pero mientras viva, creo que recordaré aquellas intensas horas vividas en Azul la noche del 19 de enero de 1974 y la jornada que le siguió", afirmó Ricardo de la Fuente.

"Tenía muy pocos días de haberme integrado provisionalmente a la Redacción de EL TIEMPO, para llenar el bache dejado por la ausencia de Antonio Amoroso, súbitamente enfermo. Aunque muy poco conocía al veterano cronista, esa fatídica noche cumplía el penoso deber de asistir al velatorio de sus restos, ya que había fallecido horas antes. Lo hacía, más que por amistad, por un sentido corporativo de la solidaridad. Al fin de cuentas, Amoroso había sido parte de un equipo al que yo me estaba integrando.

Tenía pocos minutos de llegado a la capilla ardiente, cuando se me acercó Julio Ronchetti, mi nuevo subdirector. Con una risita socarrona, que tanto lo definía, me dijo por lo bajo y torciendo la boca:

-Tengo una misión urgente para vos...

-¿Una misión? ¿A esta hora y en este momento? ¿Qué puede ser? -le pregunté.

-Hay tiros por el lado del cuartel. Se oyen muchos disparos y parece que los vecinos están desconcertados. Un ejercicio militar no puede ser...

-Bueno. Veamos qué pasa. Lléveme hasta el diario para recoger la cámara -le dije, con cierta resignación indiferente. En el fondo, no le terminaba de creer. Pero tampoco podía tratarse de una broma, porque las circunstancias no eran las más adecuadas...



Un "suelto" en EL TIEMPO, redactado por Ricardo de la Fuente horas después del asalto a la unidad militar Azul. "Tuvimos que parar las máquinas. [La edición del domingo 19 de enero] contenía en su primera plana una primicia nacional: El Ejército acababa de confirmar oficialmente el asalto a la Guarnición. En esos momentos, cuando ya estaba impresa la noticia, el país entero aún la ignoraba...". ARCHIVO EL TIEMPO




Una de las fotos que recorrió el mundo, de la producción periodística de Ricardo de la Fuente: "El chalet del jefe de la Guarnición Militar Azul, situado sobre la Avenida Cacique Catriel, a cien metros del acceso al Parque Sarmiento [...] Allí se encontraban el coronel Gay y su familia cuando irrumpieron los terroristas". ARCHIVO EL TIEMPO


***

El auto de Ronchetti se internó despacio por calles semidesiertas. En efecto, se oían detonaciones en la distancia. Algo raro estaba pasando. En un momento dado, Gloria de Ronchetti tuvo miedo y me comentó:

-Disculpe, Ricardo, pero Julio sufre del corazón... ¿Por qué no sigue solo?

Me bajé del vehículo con el estuche de la cámara colgando del hombro y el bloc de notas en el bolsillo. La noche estaba fría y no se veía a casa nadie. Todo aparentaba normalidad, aunque el silencio era roto constantemente por las descargas que venían desde la zona del cuartel. En una esquina encontré un automóvil con todas las puertas abiertas y las luces encendidas, aparentemente abandonado. Sin saber de quién era, ni por qué estaba allí, supuse que tendría relación con la noticia imprecisa que buscaba. Saqué la cámara, le adosé el flash y tomé la primera imagen. En ese instante salió un tipo de una casa y me gritó:

-Oiga, ¿por qué le toma fotos a mi auto? ¡Yo no tengo nada que ver con esto!

De inmediato salieron otras personas de la casa, abordaron el automóvil y salieron a toda velocidad. Yo seguí avanzando y crucé el puente sobre el arroyo. Más allá empezaba el límite exterior de la guarnición militar y toda la zona estaba a oscuras. Los disparos se oían ahora mucho más cerca.

Como no sabía dónde me estaba metiendo, me acerqué a unos edificios de departamentos situados frente a la unidad militar y tras encontrar una escalera, subí a lo alto. Nadie me impidió el paso. No había un alma. Llegué a la terraza y me asomé a la oscuridad. Excepto algunas linternas que se movían en la noche, no se veía nada. Pero los disparos continuaban esporádicamente y también se oían algunos gritos.

No sé cuánto tiempo estuve allí agazapado. Pensé en tomar algunas fotos desde arriba, pero la distancia era considerable y, además, el destello del flash hubiera delatado mi presencia. De manera que cuando el tiroteo empezó a decrecer, bajé las escaleras tan sigilosamente como las había subido e inicié el camino de retorno, tratando de encontrar a alguien que me dijera qué diablos estaba pasando. Caminé varias cuadras en la oscuridad, cruzándome con un par de vehículos civiles que, con potentes faros rompenieblas, proyectaban su haz de luz sobre los frentes de las casas, como si buscaran algo o a alguien.

***

Fue en el trayecto de regreso cuando, al cruzar el puente, los vi venir. Eran dos o tres tanques que avanzaban rechinando sus orugas sobre el empedrado, que brillaba con dorados tonos a la luz de sodio.

Esta vez no saqué el flash. Bajé la velocidad del obturador a 30, a 15, abrí el diafragma al máximo y gatillé varias tomas, una detrás de la otra. Más adelante, por fin encontré grupos de curiosos.

-¿Qué pasa? ¿Qué es lo que ha visto? -me preguntaban ansiosamente, al verme llegar de la zona caliente. Tuve que confesarles que sabía menos que ellos. Y por ellos fue que me enteré de que los tiros habían empezado súbitamente luego de que cayó la noche, de cómo los vecinos huyeron a la desbandada, de los gritos y corridas, el ir y venir de ambulancias, de los tanques, que llegaban desde Olavarría...

No, definitivamente, esto no era un simulacro. Era algo más real. Pero... ¿qué? Todavía no lo sabíamos...


Ricardo de la Fuente en los '70, luego de su paso por EL TIEMPO, la detención ilegal y la búsqueda de un nuevo destino, que finalmente halló en Ecuador tras el golpe de Estado de 1976. GENTILEZA FAMILIA DE LA FUENTE

***

La Redacción estaba a oscuras. Era lógico: todos estaban en el velorio. Entré al taller y le dije a Omar Lamberti que parara la rotoplana, que ya imprimía pliego tras pliego.

Juntos, revisamos el molde de la primera plana. Allí había un recuadro de unas dos columnas por 15 centímetros. ¡Esta!, dijimos casi al mismo tiempo.

Se aflojaron los torniquetes de presión y la noticia, que ya formaba parte del primer "ordeñe" del tiraje, fue levantada de su emplazamiento. Había que reemplazarla, pero ¿cómo? Todas las linotipos estaban desconectadas. El plomo se había solidificado hacía rato y los operadores se habían ido.

-No hay problema. Lo hacemos a punta de monotipos. ¿Cuál va a ser el título? -resolvieron los trasnochados tipógrafos, herederos de una raza de impresores ya desaparecida.

"Última hora: misterioso tiroteo en el cuartel local", les dije. Y, acto seguido, empecé a redactar "en el aire" los párrafos cortos de una noticia que los talleristas componían diestramente, letra por letra, buscando los caracteres en sus chivaletes.

Salía nuevamente el periódico cuando se abrió la puerta y entró Antonio Tamburo, muerto de sueño. Acababa de bajar de un micro que le traía de cubrir un evento deportivo en algún lugar no tan cercano...

-Toñito... ¡Despertate y recargá tu cámara! ¡Te venís conmigo porque hay trabajo! -le grité al oído.

Dos minutos más tarde estábamos otra vez en la calle, tratando de averiguar más detalles. En algún sitio nos encontramos con Julio Pagano, director de El Popular de Olavarría que, con un redactor y un reportero gráfico, habían sido atraídos por los tiros de Azul. En el vehículo de ellos ampliamos el recorrido y pudimos saber que lo que había ocurrido era un asalto. Nuevamente en EL TIEMPO, volví a enmendar la plana, reemplazando el término "Tiroteo en el cuartel" por "Asalto al cuartel", o algo así.

A las 4 de la madrugada, el general Albano Harguindeguy, jefe de la zona militar y futuro ministro del Interior, reunió al pequeño grupo de comunicadores en la Comisaría de Policía y nos dijo, escuetamente: "Señores. La novedad que tengo que informarles es que esta noche, el Grupo de Artillería Blindada de Azul ha sido atacado por grupos de civiles fuertemente armados, probablemente elementos subversivos. Hay muertos y hay heridos, y la operación de desalojo todavía no termina. No contestaré a ninguna pregunta". Y dicho esto, se fue sin darnos la menor posibilidad de conocer mayores detalles. Pagano suspiró aliviado. "Menos mal que no me reconoció", me contestó al salir. "Hace un tiempo, yo tuve un tremendo altercado con este tipo. Y como el horno no está para bollos...".

***

Llegó la mañana, húmeda, lúgubre y fría. En el Hospital se nos habían cerrado las puertas en las narices. Pedir información en el Cuartel, ni hablar. Todavía al amanecer, se escuchaban tiros o ráfagas aisladas, mientras la ciudad parecía dormir plácidamente.

Revelamos las fotos, todas las que teníamos, y las ampliamos en formato grande para incluirlas, si no en la edición del día, que ya tenía cuatro titulares diferentes, en la cartelera noticiosa de la calle.

Sabíamos que el gobernador de Buenos Aires, doctor Oscar Bidegain, estaba en la ciudad. Salimos a buscarlo y encontramos su automóvil oficial, que iba y venía escoltado por un Torino lleno de guardaespaldas. Bidegain hizo frenar el vehículo en una antigua casa de la avenida Mitre y ahí se produjo la única anécdota graciosa de la jornada.

El hombre, alto y elegante, bajó protegiendo su traje de impecable corte bajo el paraguas que le extendía un ayudante. Nosotros, los periodistas, tratamos de acercarnos para entrevistarle, cámaras y grabadoras en mano, mientras los guardaespaldas con escopetas Ithaca y metralletas trataban de mantenernos a distancia.

En eso, la surrealista escena de las 6 de la mañana se desplegó ante dos trasnochadores que, con paso vacilante, regresarían a sus casas, tras una noche en blanco; y uno de ellos, sorprendido por tanto despliegue de medios y al parecer ajeno por completo a todo lo que pasaba, se me acercó y preguntó, desconcertado:

-¿Qué es esto...? ¿Un casamiento...?

***

A media mañana, la Redacción de EL TIEMPO era un hervidero. Los reporteros de Crónica habían llegado en un Aero Commander y poco después lo hacían los de otros medios, incluyendo las agencias internacionales de noticias, con sus equipos para transmitir telefotos.

El acontecimiento había repercutido en todo el país y en el exterior. Para ahorrarme el trabajo de relatar a uno y otro lo que había sucedido, ya tenía redactada una cronología de los sucesos, hora por hora. EL TIEMPO había dado la primicia nacional y las fotos exhibidas en la cartelera atraían al público.

Curiosamente, los únicos que no estaban en nuestras oficinas eran los periodistas de EL TIEMPO, demasiado afectados por la muerte de su viejo camarada. Antonito Tamburo y yo habíamos hecho todo el trabajo, además de los pacientes talleristas.

Cuando el cortejo fúnebre del colega Amoroso se detuvo frente a la sede del periódico, para que el viejo diario azuleño le rindiera su homenaje, varios de quienes acompañaban al cronista hacia su última morada no pudieron resistir la tentación de bajar a ver las imágenes de la vidriera.

Junto con los colegas de la prensa nacional trabajamos todo el día, sin parar ni para comer. Recogíamos testimonios, identificábamos a las víctimas, sumábamos antecedentes, proyectábamos consecuencias.

Por la noche, todos fuimos a comer a un restaurante. Los de los diarios grandes, de sus viáticos, pagaron la cuenta. Yo no lo vi, porque me había quedado profundamente dormido sobre la mesa, tras 36 horas de emplearme a fondo.

Al día siguiente, Julio Ronchetti se me acercó y con su risita sardónica, me dijo:

-Che, estuvo bien tu trabajo. Te quedás con nosotros...

***

Todo esto sucedió hace más de veinte años. Algunos detalles pueden haberse perdido en la pájara memoria, pero la mayor parte se mantiene fresco en mi recuerdo.

Si no lo creen, consulten la colección de EL TIEMPO. Allí ha de estar".

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