Por Silvia Carrasquero (*)

Especial para El Tiempo

Mi abuelo se llamaba Pedro Borghi López; nació en Azul, en la calle Alsina, el 29 de abril de 1901. Sus padres eran Daniel Borghi, un inmigrante italiano, rubio y de ojos verdes, color que mi abuelo heredó; y una criolla, Priciana López Peralta.

En sus primeros años de niñez vivió en el campo de su abuelo Victoriano López, en la zona de Juárez, y se formó escuchando los relatos de la vida gauchesca e historias que se complementaban con refranes a diario.

Parte de sus estudios secundarios los realizó en el Colegio Nacional, que, hacia 1915, era el único colegio secundario en varios kilómetros a la redonda, así que allí estudiaban muchachos y algunas chicas de Olavarría y Tandil.

Luego fue enviado a completar sus estudios al Colegio Militar de la Nación. Ahí aprendió no sólo Historia, Geografía, el uso de armas, también practicó deportes, aprendió a boxear, a nadar en el mar, y a escribir y seguir desarrollando la lectura.

En 1923 lo encontramos trabajando como escribiente en la Policía de la Provincia de Buenos Aires, donde en pocos años llegó a comisario, tomando en cuenta que también sabía escribir a máquina y redactaba bien. En sus últimos años en la Policía, entre 1928 y 1930, sufrió los avatares de la política y terminó perdiendo el trabajo. Hacia 1931 entró a trabajar en el periódico El Ciudadano, dirigido por José Ferreyro.

Los que todavía recuerdan a mi abuelo Pedro, enseguida lo remiten al periodismo deportivo (turf, ciclismo, fútbol), pero en El Ciudadano hacía lo que tocaba hacer según los mandatos de los Ferreyro y, a posteriori, de Germinal Solans. Seguramente eran pocos los periodistas y muchas las noticias a cubrir; a veces era preparar el listado de farmacias de turno, las policiales, las necrológicas, accidentes graves y, por último, la política local y sus vaivenes (conservo un par de notas de Solans organizando el trabajo). El diario le exigía al gobierno municipal cumplir sus promesas electorales y mi abuelo hacía las notas bien duras, aunque Ferreyro, de tanto en tanto, le decía "Borghi López, si sigue escribiendo así, va a tener que comprarse un diario..."; al día siguiente todo recomenzaba...

Al cerrar El Ciudadano, mi abuelo pasó a trabajar en El Tiempo, donde el manejo de la Redacción era diferente; podía firmar las notas, cosa que no pasaba en El Ciudadano, donde puedo identificar algunas notas suyas por conservar algunos de sus borradores.

Claro que mi abuelo seguía ocupándose de política, deportes y cualquier tema que interesara a la gente. En El Tiempo encontró un espacio de trabajo amigable, se veían todos los días en Redacción, pero también organizaban reuniones familiares. Cualquier excusa era buena para juntarse en la casa de mis abuelos y las mujeres estaban invitadas, mi abuela preparaba empanadas, Miguel Oyhanarte o Amoroso, o alguno de los muchachos del diario se ocupaba del asado y pasaban un día genial.

Amaba el Martín Fierro y siempre que escribía un cuento o una nota lo citaba. Algunos de sus refranes: "... tuvo más suerte que la yegua de Cupertino" (Cupertino López era un tío que gustaba de las cuadreras); "comimos mejor que el príncipe Tulio", y se refregaba la panza (nunca supimos quién era ese príncipe). Más ricos que el maharajá de Kapurthala (los argentinos quedaron muy impresionados con la visita de este señor en 1925). [Ver: https://buenosaireshistoria.org/juntas/el-maharaja-de-kapurthala-en-buenos-aires/].

Mi abuelo se casó con una vecinita, María Dominga Nápole, en 1923. De esa unión nacieron dos varones y una niña (mi mamá Edith), que fue la rebelde de la familia y mi abuelo debía morderse la lengua, pues había heredado su carácter fuerte. Mi mamá, ya recibida como maestra y bachiller, quiso entrar en el periodismo y le pidió a mi abuelo que le consiguiera su carnet de corresponsal en El Ciudadano, y Solans aceptó. Cuando mi abuelo fue a dárselo, ella alargó la mano y mi abuelo retuvo el carnet y mirándola fijamente a los ojos le dijo "recuerde señorita que este carnet es sagrado, sólo puede usarlo para obtener noticias para el diario, no para privilegios ni temas personales" (una sola vez mi mamá usó su carnet de periodista de El Tiempo de Azul por un tema personal y fue para salvarse de ser secuestrada por los militares en 1976).

De él recuerdo su arrullo cuando me llevaba en tren, me hacia el pio-pío en la mano y yo lloraba, me tocaba la pera y me decía, ¿que tienes ahí? Y su dedo bajaba al cuello para hacerme cosquillas o me robaba la nariz. Cuando falleció, yo era chica y vivía en el exterior, pero su recuerdo siempre está conmigo y releo sus cartas, donde me decía que debía estudiar para estar bien.

(*) Silvia Irene Carrasquero; geóloga de la UNLP, trabaja en el Museo de La Plata en colecciones geológicas y colabora en temas de patrimonio con el Museo Squirru del Complejo Cultural Ronco de Azul.