TRÁNSITO VEHICULAR
Todos somos conductores más o menos distraídos. Cuando no nos pasamos de largo de nuestro destino, siquiera recordamos hacia dónde íbamos, o quedamos a punto de doblar en contramano. O, en lo que aquí nos convoca, no siempre respetamos la prioridad de paso en la esquina.
19 de enero de 2025
Por Carlos P. Pagliere (h.) *
Algunas veces nos gritan: "¿Qué hacés? ¿No ves que tengo la derecha?". Y si no lo dicen con la boca, nos lo expresan con la mirada (que puede ser harto elocuente). Y hay quienes -más indulgentes- sólo nos menean la cabeza de lado a lado.
Mayormente, tienen razón en enojarse ¡A qué negarlo! Pero no siempre. Porque deben saber -y por eso escribo estas líneas- que venir por la derecha no asegura la prioridad de paso.
Hagamos pausa en una interrogante esencial: ¿Por qué la prioridad de paso se concedió al que viene por la derecha? Hay estudios históricos que creen hallar la respuesta en las costumbres de los antiguos cocheros. Y las explicaciones son muy simpáticas. Pero no logran convencerme.
La elección -pienso yo- debe estar motivada en razones de seguridad vial. Ante todo, porque el que circula por la izquierda tiene mejor ángulo de visibilidad -por la posición del conductor- para advertir si alguien viene por la derecha y, en consecuencia, más tiempo para frenar. A la vez que resulta razonable que la ley obligue a detenerse al que, en caso de choque, pueda hacer más daño: el que viene por la izquierda, si no frena, impacta al otro vehículo sobre el lado del conductor, que es el único asiento del automóvil que siempre viene ocupado.
Todo esto -confieso- no son más que suposiciones mías derivadas de la curiosidad y la observación. Tal vez el lector, o un especialista en la materia, tengan una mejor explicación.
Lo cierto es que el artículo 41 de la Ley Nacional de Tránsito plasma la regla principal: Todo conductor debe ceder siempre el paso en las encrucijadas al que cruza desde su derecha. Esta prioridad del que viene por la derecha es absoluta... Pero, a continuación, enumera una batería de excepciones.
La más importante de ellas, paradójicamente, no es una excepción, sino -más bien- un caso no abarcado por la regla: cuando el que viene por la derecha dobla para acceder a la calle por donde circula el que viene por la izquierda. Es que quien ingresa a otra vía no la "cruza" -como dice la norma- y, por ende, sin importar si viene por la derecha debe ceder el paso.
No todos conocen esta regla. Y por ello, en más de una ocasión hemos sido destinatarios de un inmerecido maltrato. Colocan guiño a la derecha pretendiendo ingresar a la calle por la que vamos... ¡y todavía se enojan porque seguimos la marcha sin cederles el paso!
También se enfadan -aquí con razón- porque, como vivimos apurados, a veces nos precipitamos a cruzar la calle antes de que ingrese a la encrucijada el que circula por la derecha. Eso está muy mal. Sin importar quién llegue primero al cruce, si el que viene por la izquierda ve que se acerca alguien por la derecha, aunque tenga tiempo para pasar, igualmente debe detenerse y respetar la prioridad de paso.
Naturalmente, ello presupone que el que va por la izquierda logre ver que alguien se acerca por la derecha. En alguna oportunidad me ha tocado absolver en una colisión a quien iba por la izquierda, por la circunstancia de que el que circulaba por la derecha lo hacía a una velocidad tan temeraria que verosímilmente su aparición resultó del todo sorpresiva.
Una de las excepciones más interesantes a la prioridad de paso tiene lugar al ingresar a una rotonda. Bien mirado, tampoco es una verdadera excepción, sino -de nuevo- una situación no abarcada por la regla de prioridad. Es que quien se suma a la rotonda ingresa a otra vía -la circular- y, por ende, debe ceder el paso al que viene transitando por ella.
Aunque sea ocioso aclararlo, cuando alguien se topa con la rotonda, obligadamente ingresa a otra vía. Porque si no dobla para acceder al anillo rotatorio, choca sin remedio con la isleta central.
La casuística, sin embargo, nos brinda situaciones sorprendentes. Es que, sea producto de la necesidad, de la improvisación o de limitantes viales, a veces se colocan rotondas donde no debería haber ninguna; o se emplazan de modo inconveniente.
Un ejemplo local es la rotonda que se encuentra frente a la Terminal de Ómnibus. En ella, si uno conduce por Avenida Mitre con dirección al centro, se ingresa a la rotonda (por decirlo de algún modo), pero circulando recto. No hay desvío alguno, porque no hay que atravesar la rotonda, rodeándola; sino en forma tangencial, pasando por el costado.
Y aquí es donde comienza el conflicto normativo. Por un lado, tenemos la regla de tránsito que es clarísima: cuando se accede a una rotonda, se pierde la prioridad de paso de la derecha. Pero esa norma se dictó presuponiendo que el ingreso exige doblar para incorporarse a la vía circular. Es decir, la prioridad se pierde porque, en puridad, el conductor ingresa a otra vía y debe respetar el paso de quien ya circula por ella.
Cuando se pasa por al lado de una rotonda, entrando y saliendo de la misma en forma tangencial, se invierten las cosas: quien transita la rotonda es -técnicamente- quien se interpone en la línea de marcha de quien viene circulando recto. Es decir, es quien -de algún modo- invade al otro.
Los fundamentalistas de las normas, que se desentienden de la razón de ser de las reglas de tránsito, dicen: ingresó a la rotonda, ergo, perdió su prioridad de paso. Pero lo cierto es que, al adulterarse el funcionamiento de la rotonda, se torna difícil -para quien circula en forma recta- comprender que pueda estar invadiendo otra vía.
Por ello, quien no es de la ciudad o no conoce de antemano dicha encrucijada, precisará -para identificar que ingresa a una rotonda- de una profusa señalización (lo más recomendable, más allá de la cartelería de estilo, es hacer una pintada sobre el asfalto para dibujar la forma que, estructuralmente, la rotonda no tiene).
Más clara es la pérdida de prioridad de paso cuando se circula por una calle que, al atravesar a otra, no continúa recta, por lo que hay que desviar la marcha girando a la derecha o a la izquierda. Se trata de manzanas que sufrieron defectos de medición y perdieron la forma de damero.
En esos casos, la corrección demanda el ingreso -aunque sea mínimo- a la calle que se quiere traspasar, por lo que tampoco se cumple con los presupuestos de la regla de prioridad. Es decir, por más que se tenga la derecha, al no poder cruzar sin ingresar a la otra vía, se pierde la prioridad de paso.
Y si el cruce -del que viene por la derecha- exige un giro hacia la izquierda, la maniobra está absolutamente prohibida, ya que no sólo hay que ingresar a la vía que se quiere trasponer, sino -encima- en contramano.
También resulta problemático -y ha suscitado controversia judicial- el cruce de arterias de dos manos. Quien conduce por la avenida, según la ley de tránsito, debe dar paso a quien cruza desde la derecha. Pero, dado que la avenida es doble mano y el que circula en contra tiene prioridad de paso (para él quien traspone la avenida viene por la izquierda), se da la paradoja de que quien cruza pierde su prioridad a la mitad de la avenida, y debe esperar allí bloqueando el tránsito.
La jurisprudencia ha debido interpretar la norma, relativizando la prioridad absoluta fijada por ley, a fin de resguardar la fluidez del tránsito. Pero no sin resistencia de quienes hacen un culto de las reglas, por sobre cualquier situación.
Estas anomalías de la prioridad de paso tienen su explicación. Y es que las reglas de tránsito se dictan bajo ciertos presupuestos: que las rotondas se construyen del modo correcto, que el trazado de la ciudad es una cuadrícula perfecta, que se cruza una arteria de sólo una mano, etcétera. Cuando varían estas condiciones, las normas pierden su lógica y deben ser reinterpretadas para no arrojar soluciones paradojales.
* Juez en la Cámara de Apelaciones y Garantías en lo Penal del Departamento Judicial de Azul, provincia de Buenos Aires. Autor del tratado Nueva teoría del delito: paradigma voluntarista (en 15 tomos).
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