CARTAS DE LECTORES
26 de febrero de 2024
Sr. Director:
Quien suscribe las siguientes líneas es abogado y, a mayor presentación, varón, "hetero" y joven -o al menos eso me gustaría poder decir con 41 años de edad-. Ah, y "blanco". Eso es importante (es decir, descendiente, por parte de padre y de madre, de esos europeos -italianos- que, a su vez y como es sabido, descendieron de los barcos).
Cuando aún estudiaba la carrera de derecho en la UBA -corría el año 2003- ingresé a "trabajar" en el INADI. "Ad honorem", como se solía decir. O sea, gratis.
Mi intención era, por un lado, poder ayudar en la materia que me interesaba (Derechos Humanos de personas vulnerables) y, sobre todo, aprender.
Iba, al principio, dos o tres veces a la semana y luego, casi todos los días; a excepción de las semanas que tenía un examen.
Así, pasaron casi tres años -"ad honorem"- hasta que cobré mi primer sueldo (un contrato, en aquel entonces, de 800 pesos mensuales).
La presidencia del organismo la ejercía en ese momento el ingeniero Enrique Oteiza Quirno, designado por el radicalismo (así lo señalo para evitar suspicacias).
En el INADI conocí, durante casi diez años, a un gran número de personas valiosísimas. Algunas de ellas, en la actualidad, dan clases de Derecho en Europa. Y otros y otras, por ejemplo, son relatores de Tribunales Superiores de Justicia.
Del INADI fue interventor, nada más y nada menos, que el mismísimo Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni, quien es -sus ideas podrán compartirse o no- uno de los juristas más importantes de la Argentina y de la región, por no decir del mundo.
Pero de todas las personas que podría mencionar me gustaría destacar rápida y particularmente a dos, en el orden en que las conocí: Luisa Galli y Pedro Mouratian.
La primera, Licenciada en Psicología, es una mujer con una potencia intelectual y humana inigualable, histórica militante (de cuya detención ilegal fue testigo Miguel Bonasso), incansable luchadora y laburadora.
Jefa y compañera, me enseñó -entre tantas cosas que me marcarían en la carrera- a ver a las personas detrás de los expedientes y a entender la historicidad de cada problemática individual; aquella a que los papeles no alcanzan a contar (me enseñó a escuchar a los/as consultantes).
El segundo, un dirigente surgido de la sociedad civil, comprometido con los Derechos Humanos a partir de sus orígenes armenios, de quien no había sentido hablar antes en absoluto pero que -y por dar sólo un ejemplo- era la última persona con la que me topaba en los pasillos del destruido edificio de la calle 25 de Mayo al 145, en el piso 8, cuando la jornada laboral se extendía hasta pasadas las 20 ó 21 horas. Una persona que me demostró, durante todos los años en los que me tocó acompañar (primero como Asesor Legal cuando él era Vicepresidente y luego, como Coordinador del Centro de Denuncias cuando a él lo designaron Interventor), estar siempre -"24/7", como se dice ahora- al servicio del ser humano.
Así, él me hizo entender el sentido y la razón final de la función pública.
En el INADI me tocó intervenir en causas muy heterogéneas. Algunas de ellas, terriblemente graves, tal como -por ejemplo- la situación de los/as internados/as en el único leprosario de Argentina (el hospital Sommer, dedicado a una de las enfermedades más estigmatizantes de la historia).
También, por mencionar otro caso relevante, en el desalojo de la última comunidad quilombola de Buenos Aires (que estaba radicada en la calle Herrera al 313 del barrio de Barracas; lugar donde un grupo de personas, quienes espontáneamente se aglomeraron sobre la base de un origen afro común, resistió estoicamente sus diferentes padecimientos, tanto económicos como de salud, desarrollando como consecuencia de esa necesidad de sobrevivencia, además de un espíritu de cooperativismo casi imposible -sin ningún tipo de estatuto u organización formal-, una identidad colectiva única).
En esas dos oportunidades tuve el lamentable privilegio de toparme con personas que necesitaban muchísima ayuda del Estado, quienes en ambos casos -sin poder entrar aquí en más detalles- estaban muy lejos de aquellas farandulescas denuncias que se hicieron tan conocidas por su réplica en la TV.
Lamentablemente, en esas ocasiones lo que se pudo hacer desde el INADI no fue suficiente. Y entonces... ¿Será que el INADI, realmente, no sirve para nada?
Esto que me pregunto, al igual que los 7.000 expedientes atrasados que se mencionan en los titulares de algunas noticias, ¿son indicadores de que el INADI no sirve para nada?
Como yo lo veo, nada de eso y en modo alguno significa que el INADI no sirva para nada.
En todo caso, una demanda que no se puede satisfacer (para ponerlo en estos odiosos términos de mercado) exhibe que algo de su organización puede resultar insuficiente o, incluso, deficiente. Y como tal, no parece razonable que la solución sea desmantelarlo, sino reconducirlo. O tal vez, mejorarlo.
En igual sentido, si hay algún/a trabajador/a que no cumple con la función por la cual recibe su sueldo debe tomarse una medida correctiva razonable al respecto.
Podría explicar -particularmente por mi profesión- que el INADI fue creado por una ley (no por un decreto). También podría evocar -porque lo viví- la situación social que le dio origen. Y así podría seguir y seguir alegando, con tecnicismos y datos estadísticos, en favor de su sobrevivencia.
Pero no es el motivo de esta nota. Hace más de diez años que ya no trabajo para el INADI y no me impulsa a escribir estas líneas más que la sensatez y el anhelo de vivir en una Argentina más libre (pero de verdad), así como también más igualitaria y más justa. Es decir, sin discriminación y libre de ella.
Tal como dije en el inicio de la nota, soy abogado, varón, "hetero", joven y blanco. Además, no poseo ninguna discapacidad. Me siento, en efecto, una persona ampliamente libre, ya que estas características -todas heredadas a excepción de la elección sexual y la profesión- me han beneficiado enormemente, permitiéndome encajar sin mayores dificultades en la sociedad y facilitándome las posibilidades de realizar mi plan de vida.
Pero tan simple como sencillo, hay otras personas que no contaron con esa ventaja. Y muchas de ellas, sin duda, habrán sido víctimas de tratos injustos a partir de distinciones discriminatorias.
¿Es sólo para ellas entonces que puede llegar a servir el INADI?
Algunos/as familiares y amigos/as me escribieron cuando vieron la noticia del cierre del INADI en los medios.
Cuando les dije que pensaba escribir algo al respecto me aconsejaron que no me expusiera justo ahora que me encuentro disputando la designación a un cargo importante. Pero, paradójica y paradigmáticamente, es ese un claro motivo -entre otros tantos- donde radica la hoy cuestionada utilidad del INADI.
Es decir, no se trata sólo de resguardar especialmente a quienes forman parte de algún grupo minoritario o históricamente vulnerado.
La discriminación es un tema que nos involucra y atraviesa como sociedad y el INADI sirve -o debiera servir-, justamente, para que todos/as podamos expresarnos con libertad, sin temor a ser excluidos de forma arbitraria por opiniones políticas o de otra índole.
Para finalizar, diré una obviedad acerca de la pregunta que titula la presente nota.
La igualdad real de oportunidades y trato, y su contracara, la erradicación de todas las formas de discriminación, son condiciones indispensables para poder ejercer y gozar de las gracias de una libertad verdadera, digna de ser llamada bajo ese nombre, con el respeto y la honradez con la que se la entona reiteradamente en el Himno Nacional Argentino.
"Libetas inter pares".
Libertad con dignidad, para todos y todas... sin discriminación ¡Libertad entre iguales!
Martín Oscar Viceconte
DNI: 29.638.491
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