ENFOQUE
4 de febrero de 2024
Por Fran Bariffi
Las tres intentamos dormir en un mismo colchón de dos plazas que pusimos bajo el aire acondicionado en el living. Son días de casi 40 grados y noches de 30, realmente agobiantes. Al sentarme a escribir este breve comentario pienso en cómo el agobio atmosférico coincide en Buenos Aires con la represión policial alrededor del Congreso. Desde el miércoles se está discutiendo la Ley Ómnibus que supuestamente el martes se continúa de votar. Muchas de mis amigas fueron a manifestarse, pero yo no. Pasé los dos últimos días perdiendo literalmente la consciencia a causa del dolor: me acuerdo de estar en la bicicleta a un par de metros de los policías que obstruían el movimiento en una de las calles que cortan la plaza del Congreso. Vine desde el centro a esta casa en Villa Crespo, y apenas recuerdo cómo. Llegué pálido y transpirado, con náuseas, y no pude moverme de ese colchón en el living de mis amigas hasta hoy. Mi estrés se convirtió en una contractura en la espalda, las cervicales, los brazos y la cabeza. En la guardia tuvieron que darme una inyección, pero antes me metí en el primer baño que apareció y con un poco de vergüenza vomité todo lo que había comido en el día.
Asfixia, agobio, inmovilidad. Hace unas semanas usamos palabras así, pero no para hablar de mi cuerpo sino para hablar de las consecuencias del apriete económico y político de estos días. Aunque de alguna manera las dos cosas tienen que ver. Porque el estrés y la angustia de un cuerpo muchas veces están políticamente producidas. En mi caso, no sé si voy a tener trabajo en la economía que propone este gobierno, y sé que muchas personas con las que convivo, y otras que ni siquiera conozco, tampoco. En el caso de algunas personas que fueron a manifestarse al Congreso, vi fotos de ojos hinchados, pieles enrojecidas y chorros de leche para tratar de aliviar el ardor.
Para ser sincero no leí los 600 artículos que se están discutiendo, ni sé la totalidad de los cambios que implican en términos fiscales, educativos, en términos de "seguridad" o restricciones de la protesta social, privatizaciones, desfinanciamiento de la cultura y muchísimas otras cosas. Lo que sí sé, por dar un ejemplo, y porque es el sector donde trabajo, es que la ley destruiría el ecosistema que permite que Buenos Aires sea una de las ciudades con más editoriales independientes y acceso al libro de todo el mundo (y sé que la ley del libro que se derogaría no necesita para funcionar contribuciones del Estado, porque se trata sencillamente de una intervención que regulariza el mercado y posibilita la pluralidad cultural y la existencia de miles de puestos de trabajo en pequeñas y medianas empresas editoriales).
Sé también, por dar otro ejemplo, que la Ley Ómnibus destruiría el Fondo Nacional de las artes (y que para funcionar esa entidad tampoco necesita de contribuciones estatales porque es una entidad capaz de autofinanciarse). Se que se sustraerían fondos del INCAA y el Instituto Nacional del Teatro. Y sé también que el presupuesto anual del Conicet es de 111 millones de dólares, y mientras que el gobierno de Milei sostiene que no hay plata para pagarlo decide comprar 24 aviones de guerra a Dinamarca por 600 millones de dólares (el presupuesto de 5 años que necesitaría para su desarrollo una de las organizaciones científicas más importantes del mundo). La lista sigue. Se podría agregar que pagar una obra social va a ser imposible para grandes sectores de la clase media. O que empresarios como Macri, Caputo y Elsztain se verán directamente beneficiados si se cambia la Ley de Bosques, porque podrán de esa manera aumentar la deforestación en las tierras de las que son propietarios.
Cada trabajador que lea este comentario podría sumar las consecuencias de las medidas de este gobierno en su área específica de trabajo. Lo que es evidente, a simple vista, es que estas medidas implican la destrucción de muchísimos derechos sociales y del patrimonio cultural, económico y hasta ecológico del país. Lo que está sucediendo es una forma de violencia antidemocrática disfrazada de política. Pero no es política. No es política porque no tiene que ver con intervenir la organización de la sociedad para asegurar una situación de mayor igualdad y bienestar. Si no que tiene que ver con desregular el mercado para beneficio de grandes capitales económicos. Y no les importa que para hacerlo tengan que interrumpir el Estado de Derecho y reducir la vida de la mayoría a la pobreza o la mera supervivencia, como si de campos de concentración se tratase.
Mientras dirigen toda esta violencia contra millones de nosotrxs, fingen sorpresa si las calles se llenan de manifestantes, o avanzan directamente con el protocolo represivo diseñado por el Ministerio de seguridad que dirige Bullrich. Estos últimos días, la Gendarmería, la Prefectura y la Policía Federal avanzaron alrededor del Congreso contra los manifestantes de agrupaciones políticas y organizaciones sociales, y también contra periodistas, fotógrafos, y gente que se manifestó por su propia cuenta, como muchas de mis amigas. Algunas de ellas terminaron detenidas y heridas por los carros hidrantes, las balas de goma y el gas lacrimógeno, que además de quemaduras químicas generan un severo dolor.
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