ENFOQUE
Esta columna está inspirada en los dos tópicos que atraviesan mi vida cotidiana: las relaciones internacionales y el fútbol. Además, fui envalentonada por un periodista que admiro mucho: el señor Fabián Sotes, a quien tengo el orgullo de llamarle padre.
21 de julio de 2024
Por Alina Sotes (*)
Me presento ante ustedes: Licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales, maestrando en RRII y especialista en Cooperación Internacional.
Aunque muchas veces no sé qué hacer con esos títulos, hoy me inspiran a escribir estos párrafos.
Volviendo a mi día a día, con mi viejo somos hinchas de River Plate. Aunque ¿para qué mentir? Con hinchas me quedo corta: fanáticos pasionales creo que nos define mejor.
Es así como todas las mañanas nos pasamos las últimas novedades del Millonario. Perdón, estoy mintiendo de nuevo, porque los que conocen a Fabián saben que en la dicotomía alondra-búho lejos está de ser una "morning person".
A veces, cuando su reloj biológico lo despierta temprano, me escribe preocupado alegando que está envejeciendo. Así que estas conversaciones ocurren más por el mediodía.
Los temas de estos días fueron el mercado de pases y la Copa América. Y la Eurocopa, por supuesto.
Entre ellos, hicimos hincapié en el problema en el cual se vio envuelto el centrocampista de la Selección Argentina y del Chelsea de Inglaterra, Enzo Fernández, al grabar un video en vivo para sus redes sociales mientras el reciente plantel campeón de América cantaba canciones de cancha en carácter festivo. Una de ellas, con una letra un tanto vulgar para los tiempos que corren. Sobre todo, en el Viejo Continente, donde los crecientes movimientos migratorios de este siglo están conviviendo con políticas de carácter ultranacionalista que ponen a los migrantes en el ojo de una tormenta que parece acrecentarse más que difuminarse en el horizonte.
Uno de los Estados que más se ha visto atravesado por dicho proceso es Francia.
Las elecciones legislativas del pasado 7 de julio dieron mucho que hablar, ya que en ellas se decidía el color político que tendría la Asamblea General. La primera vuelta, el 30 de junio, arrojó como partido ganador al Rassemblement National (RN) con el 33,15% de los votos. Se trata de un partido de extrema derecha que tiene como líder a Marine Le Pen, abogada y diputada que viene con hambre de poder político hace ya tiempo.
Me atrevo a decir que uno de los temas que hizo revertir este resultado, ya que en segunda vuelta salieron terceros ante el asombro de lo que parecía una inminente victoria de la "extrême droite", fue la migración y su avance en territorio francés.
Algunas de las políticas que pretendía impulsar Le Pen, si obtenía la mayoría en el Congreso, se basaban en restringir la nacionalidad francesa a hijos de inmigrantes que nacieron en el país. También, limitar las posibilidades para aquellos que ya habitan en el Hexágono y deseaban reunir a sus familiares; y priorizar determinadas ayudas sociales únicamente a los franceses, entre otras propuestas.
Todo esto desató una gran ola de debates en Francia que despertó una participación masiva en los comicios, donde el electorado prefirió al Nuevo Frente Popular de izquierda.
Incluso futbolistas, tales como el nuevo jugador del Real Madrid Kylian Mbappé, el defensor del Barça Jules Koundé o Aurelien Tchouameni, también del Merengue, se expresaron en contra de la derechización del país. Todos ellos tienen en común que son hijos de inmigrantes.
Ahora, ¿qué pasó desde el Mundial 2018 en Rusia, en el que Les Blues eran considerados héroes nacionales, a la actualidad, donde su cotidianeidad se ve amenazada por fuerzas racistas institucionalizadas?
Qué hipócrita resulta esta situación, porque -como dice la canción que acontece a esta columna- son franceses pero con padres de otras nacionalidades. Y lejos de hacer apología a los cantos xenófobos, es un proceso que llegó para quedarse de la mano de la globalización y la porosidad de las fronteras.
Estamos viendo una sociedad que niega a los suyos, que niega las diferencias, y empuja a sus futbolistas a entrometerse en temas que no le son corrientes. Y aquí se abre otro debate: teniendo en cuenta el poder de injerencia y escucha que han llegado a adquirir, ¿queremos que los jugadores de fútbol debatan sobre los problemas que acontecen en sus países de origen o sólo que se dediquen a lo suyo? ¿Aislamos al fútbol como si estuviera en una burbuja inalterable o dejamos que los problemas de la coyuntura contagien cada célula?
Con respecto a España, el país campeón de la Europa 2024, también ha tenido graves problemas de migración.
Sus jóvenes estrellas, como Lamine Yamal -el delantero de 17 años del Barcelona- y Nico Williams, que ocupa la misma posición pero con 22 años en el Athletic Club de Bilbao, comparten historias muy similares: sus respectivas familias huyeron de África buscando un futuro mejor y se han convertido en símbolos políticos sin ni siquiera buscarlo. A su vez, también han sido víctimas de racismo y xenofobia.
En las últimas semanas ha circulado una foto en redes sociales que ha dado que hablar.
Se trata de la selección francesa de 1984, donde casi todos sus jugadores eran blancos. Y se la compara con una de la actualidad, donde los jugadores del plantel, en su gran mayoría, son negros.
Es curioso cómo algunos presumen de ser tan modernos; pero a veces sus ideas parecen salidas de un museo de reliquias históricas.
El multiculturalismo es propio de la época actual y parece arcaico ver a la inmigración como un problema de debate político.
Lejos de querer caer en frases clichés como "abracemos las diferencias", intento explicar que ver a la migración como un problema en sí mismo es carecer de análisis. Como también lo es caer en la generalidad de que todos los musulmanes son violentos.
Deberíamos debatir sobre políticas públicas que ayuden a reinsertar en la sociedad a esos migrantes, no aislarlos de forma tal que la pobreza parezca un destino inminente.
A su vez, tendríamos que preguntarnos qué está pasando con los Estados que no poseen las capacidades administrativas e institucionales, recursos, planificación o presupuesto para estas olas de migrantes; y qué está sucediendo con los países de origen, que expulsan día a día a millones de personas.
Tampoco deseo pecar de capitalista explicando los beneficios de la migración, tales como el aumento del PBI, las competencias internacionales, la rentabilidad o el aumento del empleo.
Sólo intento bajar un discurso contrario a tanto odio e intolerancia, que -desde mi perspectiva- me parece demasiado demodé.
Sin embargo, al igual que en el fútbol, los partidos políticos ganan o pierden. Y el electorado, y los aficionados, somos los que quedamos haciéndonos mala sangre por los resultados.
A veces -tal el título de estas reflexiones- el fútbol y la política no parecen tan lejanos.
(*) Licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales
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