91 AÑOS DE DIARIO EL TIEMPO

91 AÑOS DE DIARIO EL TIEMPO

Un espejo de nosotros

Lejos de la precisión del Coronel Aureliano Buendía cuando está parado frente al pelotón de fusilamiento, puedo decir que no recuerdo fehacientemente el día que mi papá -Alberto José Gallicchio- me llevó a conocer el Diario EL TIEMPO.

10 de julio de 2024

Por

Jordán

Gallicchio

Sí puedo hacer una reconstrucción de las varias veces que lo acompañé a entregar una publicidad que vendía a algún comerciante amigo, que siempre le daba una mano, para que salga en las páginas del fin de semana.

La memoria empieza a aclararse y creo que puede ser el último año de Jardín de Infantes, en la Sala de Cinco.

Estacionamos el Taunus color blanco cerca de la esquina de Belgrano y Colón y veo pasar a los hermanos Quatrocchio de la mano.

Marcelo -el mayor y quien con el paso de los años se convertirá en mi gran amigo- camina con Guille, que aún va al Jardín 2, ubicado ahí, a unos metros del edificio del Diario.

A la pasada, aunque nos vimos toda la mañana, nos reímos y nos saludamos de nuevo.

Ellos apuran el tranco porque en la esquina, en el Fiat 128 amarillo, los espera su mamá Ana al volante y con la puerta abierta.

Yo agarro la mano del "Viejo" y la puerta vidriada de la esquina en ochava se abre.

Adentro hace más frío que al mediodía en el centro. Pero el ruido de los autos que pasan frente a la Plaza de la Madre empieza a acallarse y, con la voz ya con una carraspera clásica, Papá dice que llegó con "el secretario".

Saludamos a la gente de la Mesa de Entradas y rápidamente subimos una escalera que nos saca a un escritorio.

No es uno cualquiera, ahí está Miguel Oyhanarte. Por entonces, una institución del periodismo azuleño.

El respeto con que Papá siempre lo saludaba me hace pensar que desde que Don Miguel -el hombre de pelo cano para mí- ya no escribe las baldosas de Azul las mismas están más flojas que nunca.

Seguimos camino y nos cruzamos con Antonio Tamburo, que va con su cámara a registrar cómo el intendente De Paula inaugura un jardín maternal.

El saludo es rápido y conciso, pero el "Viejo" me dice que si en unos años ando bien en Alumni seguramente él me va a fotografiar gritando un gol en la Novena para que mi foto esté en el Suplemento de Inferiores.

Aunque estamos apurados, nos llaman de una oficina y saludamos a Mario Vitale.

Los temas con él son rápidos y precisos: Marangoni a Boca, la carrera del domingo en el hipódromo y la final que se avecina entre Alumni y Piazza. Don Mario me mide y me pregunta algo de fútbol. Yo le contesto que "juego de puntero derecho como Graciani" (sí, cómo el Alfil del gol).

La despedida es efímera cómo la conversación. Hay que entregar la "publi" para que vaya a Diagramación.

Un hombre con bigotes y lentes (calzados en la punta de la nariz y ojeando por arriba) la recibe.

Por entonces las imágenes se imprimían y recortaban en una especie de pupitre alto e inclinado, similar al que años más tarde conocí en dibujo en la Escuela Técnica.

Títolo (creo que jamás supe su nombre) confirma que la publicidad irá en la página 12 de la edición del sábado; y nosotros empezamos el camino inverso para emprender la salida.

Al final del pasillo, desde una oficina vidriada, me chistan. "Andá que te llaman a vos", me dice Papá.

Es Beatriz Menón, la madre de Dulce, la chica que va a danzas con mi mamá.

Abre un cajón de su escritorio que está debajo de la computadora -quizás la primera que vi en mi vida- y me convida un chocolatín. "Para después del almuerzo", me dice.

Yo agacho la cabeza y ella me da un beso casi en la nuca; y el paseo por el Diario se termina.

Durante cuatro años, o quizás seis, esto que cuento fue una rutina.

Nunca me pregunté por qué quise ser periodista. Simplemente lo supe desde que tengo uso de razón (y que los goles en Alumni no llegaban).

También hoy, con casi los años que tenía mi "Viejo" por aquel 1988 y con hijos de la edad que yo tenía en aquel entonces, escribo estas palabras con la convicción que el Diario por excelencia de nuestra ciudad es algo así como "un espejo de nosotros" y mucho más que un medio de comunicación.

EL TIEMPO entra en la casa de los azuleños desde hace más de 90 años. Ha estado, a través de sus laburantes, en cada hecho significativo en la historia de la ciudad. En el Café de la Plaza o en el desayuno del domingo de cada lector. También, para guardar el recorte de ese evento social del colegio o del logro deportivo que la familia tanto esperaba ver.

Siempre ha estado ahí. En las buenas, cuándo nuestros embajadores han trascendido las fronteras del Partido de Azul, o en las malas, cuando nos ha azotado la naturaleza o la vulgar mano del hombre.

Es algo así como un "Ministerio del Tiempo que busca salvaguardar la historia de Azul" en el archivo de nuestra memoria.


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