91 AÑOS DE DIARIO EL TIEMPO
De cuando era un pibe, y se ganó un gato de pana en un sorteo, hasta aquellos otros tiempos en los que egresó de la Primaria y de la Secundaria. Este viaje imaginario escrito incluye una escala por una contratapa de los días lunes, donde su papá cartero se convirtió en el personaje entrevistado. Si los recuerdos marcan la vida de una persona, el autor de estas líneas tiene mucho para contar de su vínculo con EL TIEMPO.
10 de julio de 2024
Por
Javier
Cardoso
Qué lindo era salir en el Diario. Obviamente, por razones gratas o agradables que envuelven la tinta de las columnas sociales. Y siempre que fuera nada más lejos que de la descarriada infamia del sector destinado a las noticias policiales.
Así fue la primera vez que me retrataron a mí: en una especie de kermés o algo así. Un evento infantil en el Palenque del Club de Remo, ese chalet ubicado sobre la Avenida Pellegrini.
No recuerdo quién organizaba el evento ni cómo yo había llegado hasta ahí. En esa época no tendría más de diez años. Y entre juegos y amabilidades fui pasando una tarde donde, a los postres, se sorteaba un gato enorme de pana relleno de Tergopol.
A ese gato justo me lo gané yo, por lo que instantes después Antonio Tamburo o José Berger me retrataron para la foto destinada a salir publicada en EL TIEMPO.
Todavía hoy me acuerdo que volví a mi casa con el gato a cuestas. Y que días después estaba yo en el Diario, en esa foto que se publicó bajo el título de "Javier y Silvestre".
La imagen incluía, además, una pequeña crónica. A mi cara de nene de aquel entonces la remataba en un flequillo y se completaba con un súper pulóver, sonriendo y abrazando al gato Silvestre para la foto.
Hasta hace poco creí haber conservado el recorte de aquella publicación en este mismo Diario.
Me acuerdo también que luego vinieron los egresos de las escuelas Primaria y Secundaria. Y que en un suplemento a todo trapo, EL TIEMPO se encargó de fotografiar a todas esas promociones de las cuales yo formé parte años después del fortuito suceso donde, sorteo mediante, me gané aquel gato de pana.
De esa manera, otra vez aparecía yo posando para el Diario. Esta vez, con mis compañeros de la Escuela 28.
Todos aparecíamos en esa foto egresados del Séptimo grado, bien cerquita del busto de Don Hipólito Yrigoyen, que todavía sigue estando sobre la vereda del establecimiento escolar, allá en Avenida Pellegrini y Falucho.
Ya en la Secundaria, entrando en mi etapa de adolescencia, comenzó a operar una suerte de red social de aquellos años. Y fue nuevamente en un suplemento de EL TIEMPO llamado "Hora Cero" -cuando los días miércoles se publicaba y se incluían saludos, agradecimientos, guiños, y muchos "me gustas" y "me enfadas" a modo de actuales emoticones- que volví a estar ahí.
Ese canal en formato papel hecho un suplemento social era el medio a través del cual los chicos y las chicas se mandaban mensajes que eran respondidos con diferentes reacciones. Sólo que aquello no era instantáneo y electrónico como lo es ahora, ya que había que esperar una semana para ver si la respuesta o la expresión habían llegado a buen puerto.
Los chicos iban y dejaban unos papeles secretísimos en una urna que se encontraba sobre una mesa, en la entrada de la sede de EL TIEMPO, ahí en donde se juntan las calles Belgrano y Burgos. "La esquina del viento", como suelen llamarla.
Ya trabajando en relación de dependencia fui retratado junto a mis compañeros, en las calles Belgrano y Necochea.
Aquella vez aparecíamos en EL TIEMPO todos apoyados en un viejo buzón "esquinero", recordando desde ese sitio la primera ubicación de la Oficina de Correos en Azul.
Por todo esto que cuento, pero yendo mucho más allá de lo que a título personal me ha sucedido con este medio, es indudable e inagotable el rol social que puede tener un diario en una comunidad.
No miento cuando digo que las páginas de EL TIEMPO acompañaban mis días y los de todos.
Hace poco Fabián Sotes me recordó a mi padre, el cual también había salido en el Diario.
En su caso, era en la edición de los días lunes. Mi papá era el protagonista de una entrevista que hizo Charly Martínez y se publicaba en las contratapas de aquel día.
Charly entrevistaba a personas de la ciudad. Y uno de ellos fue mi viejo, que aparecía en aquel reportaje de los lunes contando sus andanzas y el devenir del santo oficio del reparto de cartas.
Todas esas notas eran ilustradas con una sutil caricatura del artista plástico Raúl Gallardo, cuyo original -no hace mucho- el periodista Fabián Sotes me trajo y ahora la tengo colgada acá, en mi librería "El Ave Fénix".
Del mismo modo que el papel vuela en el viento, estos recuerdos de humildes apariciones en primera persona en EL TIEMPO vuelan sin peso alguno junto a esas páginas. Y conservan la alegría expresada en aquellas jornadas en las que pude confirmar que definitivamente había salido en el Diario.
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