MARIO VITALE, SU FALLECIMIENTO
Por: Fabián Sotes
24 de septiembre de 2023
No hace mucho, en julio pasado, cuando EL TIEMPO celebró sus noventa años de vida, en mi yo interior comenzó a retumbar una pregunta: qué pasó para que desarrollara a lo largo de todos estos años un amor tan especial por este diario al que considero mi casa. Y a modo de una primera respuesta asomaba una persona y su nombre: Mario Vicente Vitale Silva.
Él fue quien, allá por los finales de la década de los años ochenta, cuando yo estaba terminando el Secundario en la Escuela Técnica "Vicente Pereda", me abrió las puertas de este matutino.
Tiempo después entendí que para él también este diario era su casa, más allá de que su amplia trayectoria periodística -sobre todo ligada a lo deportivo- lo tuvo ejerciendo la actividad en otros medios de la ciudad.
"Andá al diario a verlo a Mario, él te va a dar una mano", me había dicho mi Vieja por aquella época.
Mi Mamá era prima de él. Su papá -o sea, mi abuelo materno al que nunca conocí porque falleció antes de que yo naciera- era hermano de la madre de Mario, a quien recuerdo sí haber conocido siendo niño en aquellas juntadas familiares típicas de los días domingos o por fechas especiales. "La Tía María", la llamaban y le decía yo.
Mi Mamá sabía que a mí me gustaba escribir. Y Mario, aquella primera vez que pisé la Redacción de EL TIEMPO -dominada en ese entonces por las antiguas máquinas de escribir- no dudó un instante en abrirme las puertas del "Querido Pasquín", tal como suelo llamarlo también habitualmente al diario en esa especie de amor-odio que sigo teniendo con mi lugar de trabajo y que a esta altura es mi casa.
De esa manera, de su mano comencé a dar mis primeros pasos en el periodismo escrito.
Eran tiempos donde él, sabiendo o intuyendo mi devoción por la escritura, comenzó a mandarme a cubrir partidos de fútbol a las canchas de Azul y la zona.
Primero fueron las divisiones menores y después, la Primera. Y mientras todo aquello iba pasando, mi berretín por el periodismo crecía, del mismo modo que empezaba a sentir como mi lugar de pertenencia a este diario del que todavía formo parte y al que regresaba durante los fines de semana desde La Plata, donde cursaba la carrera de Periodismo, para trabajar.
Ese lugar de pertenencia vinculado con EL TIEMPO asomaba en mí, sobre todo, cuando también pisaba la Redacción en días en los que no tenía que ir a cubrir partidos de fútbol.
Eran ocasiones durante las cuales me iba empapando de la dinámica que posee un medio de comunicación de estas características y tomaba contacto directo con quienes, para ese entonces, además de Mario Vitale eran sus diarios hacedores.
Esa cuestión familiar que me ligaba con Mario fue, de manera paralela, tiñéndose del habitual trato surgido en el día a día en EL TIEMPO. Y ahí empecé también a trazar con él un vínculo afectivo diferente. Surgido, específicamente, de esa tarea que compartíamos.
Ideológicamente hablando, desde siempre supe que estaba completamente en las antípodas de lo que él pensaba. Pero eso no impedía que yo lo respetara.
Tal vez, la diferencia más banal y fuerte entre los dos tenía que ver con algo estrictamente futbolístico. Y en ese contexto, su pasión por Boca era directamente proporcional a mi amor por River.
Los sanos chicaneos futboleros entre ambos siempre estaban a la orden del día en la Redacción. Y a esa folclórica rivalidad solían unirse, de un lado o del otro de la controversia, más integrantes del staff tiempista que se convertían en testigos de aquellas idas y vueltas entre los dos.
Todavía tengo presente un día en que, tal vez favorecido por un resultado a favor de Boca en un clásico, Mario esperó mi llegada a la Redacción para sacar del cajón de su escritorio un habano que después socarronamente puso en su boca, haciendo el clásico ademán de aquel que se siente todo un ganador.
En ese tiempo compartido en la Redacción lo vi a Mario ayudar a mucha gente que pasaba a pedirle una mano para que le diera difusión a alguna actividad que organizaba.
Lo recuerdo todavía hoy, con su especial tono de voz, llegando a EL TIEMPO y volviendo a venir al otro día en su Dodge 1500. El celeste, el primero que tenía, que me imagino que por su postura particular al andar tenía sus amortiguadores traseros un tanto dañados.
El interior de ese auto, fundamentalmente el asiento trasero, siempre estaba plagado de cosas que tenían que ver con su actividad ligada al periodismo, entre las cuales asomaban carpetas, papeles y diarios de la región.
Yo ya la conocía desde antes a Mario por esa referida cuestión familiar. Y ahora que empiezo a evocar aquella época de cuando todavía no compartía el día a día con él en EL TIEMPO, recuerdo haberlo visto en una de las cabinas de prensa del estadio "Emilio S. Puente", transmitiendo por Radio Azul la exitosa campaña de Piazza en el Regional, allá por los años ochenta también. Una época donde los mayores exponentes futboleros del inolvidable equipo industrial eran la delantera integrada por Bonini, Irigoyen y Tavare; más los exquisitos aportes que desde el medio campo hacían "Carlitos" Hourcade o "el Flaco" Cierra y, desde más atrás -aunque no con tanta fineza- el ex River Lonardi.
Mi Mamá siempre recordaba que Mario, siendo un niño, tenía problemas de dicción. Pero también destacaba que, con el paso del tiempo, eso no le impidió convertirse en lo que fue: un reconocido y destacado periodista.
Al igual que muchos de su generación, su formación estuvo ligada al autodidactismo. En ese contexto, me llamaba mucho la atención su manera de escribir en la Redacción. Primero a máquina y después en una computadora; pero usando siempre sus dos grandes dedos índice como principales punteros de esa noticia a la que le daba forma para el papel.
Mario se jubiló y dejó de trabajar en EL TIEMPO. Pero eso no le impidió continuar despuntando el vicio por el periodismo y ejerciéndolo, por lo que hasta no hace mucho sus columnas recordatorias de algún prócer del deporte local formaban parte también de las ediciones de este diario.
Admito que, sabiendo que sus últimos días con vida lo tenían en un geriátrico, nunca me animé a ir a verlo. Y que me causó mucha satisfacción ver que en el Suplemento Aniversario del diario, el de los noventa años de julio pasado, hubo varias páginas dedicadas a él como parte del staff tiempista que integró durante tantas décadas en este matutino local que también fue su casa.
Dicen que mientras perdura el recuerdo de una persona, esa persona vive para siempre en uno.
A partir de hoy empieza, al menos para mí, ese nuevo trayecto evocativo para tener siempre cerca de mi vida a Mario Vitale.
Hoy que es domingo. Precisamente, cuando parece que un día así se vuelve un poco más triste y gris si lo sobrevuela una noticia como la que ya todos conocemos y señala que alguien a quien uno quiere y aprecia ha dejado de existir físicamente para siempre.
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