16 de mayo de 2021
Los escritos de la época colonial pueden ser de gran valor para reflexionar respecto de cómo "el otro" es muchas veces una construcción propia más que alguien a quien llegamos a ver por quien realmente es.
Por Francisco Bariffi
A pocas líneas de su inicio, la carta que Cristóbal Colón escribe en 1493 a Luis de Santangel evidencia la confusión por medio de la que el explorador cree encontrarse en La India. A medida que el relato avanza, Colón compara los espacios descubiertos con lugares de Europa, y utiliza palabras simpatizantes de la corona española para bautizar las tierras que toma en posesión. La sorpresa se trasluce, pero los superlativos y el adverbio "muy" son las únicas marcas que intentan aumentar el sentido de descripciones que, en muchos casos, no dejan de ser pobres a la hora de ilustrar los nuevos espacios, gentes y objetos.
Palabra a palabra, los primeros párrafos de la carta dan cuenta de la precariedad del lenguaje con que el escritor cuenta. Y no se está hablando, en este caso, a las faltas de ortografía ni a las complicaciones sintácticas, sino del reducido repertorio de palabras que son utilizadas para describir el novedoso mundo. En vez de abrirse a la alteridad que se presenta, el sujeto parecería estar haciendo uso de conocimientos y categorías previas las cuales desfiguran aquello que no termina de ser visto por lo que realmente es.
El pensamiento y el imaginario que a lo largo de la expansión se trae de Europa constituye la "dimensión conceptual" del descubrimiento imperial, es decir, la idea que se tiene de lo que se descubre. Según De Sousa Santos, esta dimensión precede al acto empírico de descubrir, y no solo puede pensarse respecto de la construcción de los espacios, sino también respecto de la mentalidad que se proyecta en la construcción del otro.
La especificidad de la dimensión conceptual del descubrimientos es, para De Sousa Santos, la idea de la inferioridad del otro. En el quinto párrafo de su carta, Colón comienza a dedicar más espacio a la descripción de los pueblos que ha visto. Cuando son manipulables, serviles y "convidan" de sus propias posesiones, los otros son caracterizados como "temerosos sin remedio". En cambio, cuando su conducta es problemática para los intereses de la conquista, se los caracteriza como "monstruos " y "feroces".
Con estas etiquetas, Colón rotula a la gente aparentemente caníbal de "Carib". Esto último se relaciona con la construcción del "salvaje", que no solo evalúa De Sousa, sino también Roger Bartra en El mito del salvaje. Según él, la idea del salvajismo preexiste a la conquista y fue producida en el siglo XII por la cultura europea sobre la base de aquello que es excluido de su identidad imaginario-narcisista. En otras palabras, el salvaje es el alter ego del hombre europeo. Así, la alteridad del indígena es eclipsada por un espejo en el que el europeo y su cultura se ven reflejados. Colón también se refiere a lo monstruoso como algo que se esperaba hallar en el nuevo mundo. Pero lo importante no es tanto si Colón está pensando o no a partir del mito del hombre salvaje, sino la evidente certeza de que la categoría "monstruo" se la posee de antemano, y el hecho de que la misma está definiendo una alteridad que es cosificada e inferiorizada. Si uno siguiese al pie de letra la caracterización de Colón, y, como Sepúlveda, uno creyese en la idea aristotélica de que hay cierto tipo de dominación natural de los seres superiores por sobre aquellos que son naturalmente inferiores, entonces la explotación necesaria para sustentar el proyecto de la conquista ya estaría justificada.
En la carta también se repiten distintas conjugaciones del verbo tener, las cuales preceden expresiones que detallan los recursos y las posesiones con las que cuentan las distintas comunidades de cada isla. Podría mencionarse el algodón, el ruibarbo y la canela, pero, sobre todo, el oro, el objeto que con más énfasis promete el explorador a los "ilustrísimos rey y reina". La relación de deuda y de subyugación a la corona -a cuyo representante y prestamista la carta se dirige- también es de gran influencia en la construcción del otro en la carta. Los pueblos son descritos con respecto a los metales preciosos que pueden extraerse de ellos, y también con respecto a la posibilidad de que la fe oficial sea divulgada. Estos dos fines incondicionales justifican los medios aunque impliquen esclavitud o destrucción de la vida, de lo material o de lo simbólico. El valor del salvaje, como dice De Sousa, "es el de la utilidad. Solo vale la pena confrontarlo en la medida en que es un recurso o una vía de acceso a un recurso".
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