ENFOQUE

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El diccionario de la Real Academia no incurre en discursos de odio

El magistrado Ariel Lijo le ordenó a la RAE suprimir uno de los significados de la palabra "judío", en respuesta a un planteo de la Fundación del Congreso Judío Mundial y la DAIA. Lo decidido es el disparador para estas reflexiones, donde el autor de las mismas sostiene que el fallo del juez candidato a ocupar un cargo en la Corte Suprema lo que conlleva es "camuflar la censura con discursos amables".

6 de octubre de 2024

PorCarlos P. Pagliere (h.) *

El juez federal Ariel Lijo, a pedido de la comunidad judía, ordenó a la Real Academia Española que suprima del Diccionario de la lengua la quinta acepción del término "judío" que reza: "Dicho de una persona: Avariciosa o usurera. Usado como ofensivo o discriminatorio".

La pregunta obligada es: ¿puede un juez hacer desaparecer del diccionario una acepción que describe el uso real de una palabra? Parece excesivo. Y un tanto absurdo, también.

Estamos de acuerdo en que no hay que motejar a los pueblos con atributos ofensivos o discriminatorios (por ejemplo: "ser un judío", "mejicanear a alguien", "ser un gitano"), ya que todas las generalizaciones son falsas e injustas. Pero, en la pulsión de ser "políticamente correctos", hay muchos -y en este caso, un juez candidato a integrar la Corte Suprema- que tienden a confundir la realidad con los deseos, mixturando el "ser" y el "deber ser".

La función de un diccionario no es asignar a las palabras el significado deseable que no tienen, como tampoco quitar el indeseable que sí tienen; sino recoger el uso que los hablantes les dieron y les dan. Quien redacta un diccionario no inventa el idioma, sino que refleja lo que existe. Por ello, es cierto -como alega la Real Academia- que estamos ante una acepción "avalada por el uso, por más que pueda resultar socialmente inapropiada o reprobable".

Guste o no, si digo de alguien avaricioso o usurero que "es un judío", todos me van a comprender perfectamente. Dicha acepción es parte del idioma (en lo que tiene de malo). Y quien no me entienda, hoy puede acudir al Diccionario de la lengua para hacerlo. Que, de paso, se enterará de que el uso de dicha palabra, con tal significación, es ofensivo y discriminatorio.

Pensar que suprimiendo la acepción del diccionario va a desaparecer su uso en las personas es propio de mentalidades fantasiosas o infantiles. Es tanto como creer que, al suprimir la palabra "cáncer" del diccionario, nadie contraerá dicha enfermedad. Me dirán que -a diferencia de una patología- el habla es dinámica y puede modificarse con el tiempo. No lo niego. Pero a la acepción peyorativa de "judío" nadie la aprendió en el diccionario. Es parte del acervo cultural del pueblo que habla (o que mal habla).

Además, el uso actual es lo menos problemático. Porque el diccionario no recoge toda el habla contemporánea, sino las palabras que, además de ser actuales, tienen un uso que se ha consolidado en el tiempo (en este caso, por siglos). Son innumerables los libros -y otras publicaciones- que han utilizado la palabra "judío" en una acepción ofensiva o discriminatoria.

Naturalmente, podemos empezar a enmendar todas estas obras (desde el medioevo a la fecha). Pagamos a censores que salgan a la búsqueda de los textos ya publicados, para que con tinta oscura tachen las expresiones indeseables; y -en lo futuro- obligamos a suprimirlas en las nuevas ediciones y publicaciones. ¿No sería una suerte de Index de la Santa Inquisición, pero de lo "políticamente correcto"?

Para colmo, la literatura no sólo ha adoptado el uso ofensivo de la palabra "judío", sino algo mucho peor: ha creado personajes judíos adjudicándoles el estereotipo de usureros y avaros. Entre otros, Fagin en "Oliver Twist" de Charles Dickens, Shylock en "El mercader de Venecia" de William Shakespeare, Dreyfus en "Los Miserables" de Víctor Hugo, Meyer Wolfsheim en "El gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald... ¿También hay que censurar estas obras?

¿Y por qué se las toman con el Diccionario de la lengua de la Real Academia Española? Obviamente, buscan generar un impacto. Si bien el diccionario de la Real Academia es señero, en el sentido de que tiene autoridad sobre los demás diccionarios del habla hispana, lejos está de ser el único.

Quienes peinamos algunas canas, recordamos -entre otros- al famoso diccionario Larousse. Transcribo su definición on line de la palabra "judío" en la sexta y séptima acepción: "6. adj./ s. Se refiere a la persona que presta dinero u otra cosa de valor con usura o interés excesivo, o a cambio de una recompensa que le es claramente favorable" y "7. adj. Se aplica a la persona que da o gasta en la menor cantidad posible por no disminuir sus posesiones, como algunos consideran que hacen los judíos". ¡Y por cierto no aclara que se trata de acepciones ofensivas y discriminatorias!

Pero abordemos el caso desde el punto de vista jurídico, por ser el que verdaderamente reviste gravedad. El juez Lijo, en su fallo, argumenta que esa acepción debe ser suprimida "por configurar un discurso de odio que incita a la discriminación". ¡Preocupa sobremanera que un candidato a la Corte Suprema afirme, tan livianamente, que una definición del diccionario configura un "discurso de odio"!

Hay que ser extremadamente prudentes a la hora de receptar esta categoría jurídica. Una cosa es prevenir la discriminación y la violencia. Otra muy distinta es lo que hace el fallo del juez Lijo: camuflar la censura con discursos amables. Y lo que empieza como censura, tarde o temprano degenera en persecución ideológica.

Para que un discurso sea de odio -¡lo aclara el propio magistrado!- debe incitar la discriminación o el daño de grupos o personas. ¡Hay que ser un animal para afirmar que la descripción del significado real de una palabra en un diccionario -que encima aclara expresamente que entraña un contenido "ofensivo o discriminatorio"- configura un discurso de odio capaz de incitar a la discriminación! ¡Hay que ser un animal, o un juez ávido de figuración! (y me disculpo por el uso ofensivo de la palabra "animal").

Documentar en un libro de historia que el nazismo ejecutó el exterminio de los judíos sosteniendo la superioridad de la raza aria también sería, según Lijo, un discurso de odio. ¡Porque parece que toda descripción que desagrada ya es una incitación!

Por muy loco que suene, hay gente -descerebrada- que considera que el judío es un pueblo inferior y maligno. Aceptar que ello sucede, que el antisemitismo existió y existe, no es un discurso de odio: es la realidad. Podemos suprimir al Holocausto de los textos de historia, pero ello no va cambiar el pasado; y también podemos borrar la acepción ofensiva y discriminatoria de la palabra "judío" del diccionario, pero ello tampoco va a suprimir su existencia y uso (pasado, actual y futuro).

La cuestión, en puridad, también revela una pizca de ignorancia. La vinculación de los judíos con la avaricia y la usura -más allá de cualquier lectura religiosa- se debe a un hecho histórico: el pueblo judío ejerció una extendida actividad prestataria durante todo el medioevo. Y bien sabemos que cuando los deudores no pueden -o no quieren- pagar, arrostran a los prestamistas ser unos avariciosos y usureros.

Claro que nadie niega algo tan evidente como que los judíos fueron hostigados y perseguidos. Pero el desafío no está en reescribir el pasado, negar la realidad o sobreactuar situaciones, sino en promover la tolerancia, aceptar las diferencias y desterrar de las mentes toda idea de que existen razas, pueblos y religiones superiores. Y si nada de esto fuera posible, lo único inexcusable es prevenir y reprimir la discriminación, que -aunque Lijo opine lo contrario- no se ejerce a través de una acepción en el diccionario.

Me dirán que muchos judíos deploran el uso peyorativo de la palabra "judío"; y, encima, que eso lo refleje el diccionario. ¡Es entendible! La porción de sangre judía que corre por mis venas, hace que tampoco a mí me agrade. Pero eso no da derecho a exigir judicialmente la supresión de la definición. Simplemente porque el Diccionario de la lengua de la Real Academia -por muchos malabarismos que se hagan en la argumentación- no incurre en ningún discurso de odio. Tan sólo describe la significación comprobada con que se utiliza una palabra.

Queda una última pregunta. ¿Es realmente necesario que el diccionario de la Real Academia recoja todas las acepciones avaladas por el uso? Pareciera que no. Por poner un ejemplo, es evidente que no refleja toda la pléyade de insultos que el idioma cobija y que -indudablemente- son de uso generalizado.

Es decir, cuando la Real Academia, ante la petición de la comunidad judía, se justifica diciendo que "no es posible eliminar una acepción que está avalada por el uso", dice una verdad y una mentira. La verdad es que la acepción está avalada por el uso (y por ello -reitero a los gritos- no hay ningún discurso de odio). La mentira es que, por tal razón, no puedan eliminarla del diccionario.

Las palabras tienen uno o más significados. No es posible suprimir los primitivos y esenciales -que se consignan en las primeras acepciones- pues con ello se truncaría la razón de ser de la palabra. Pero en el caso que nos ocupa, la acepción recoge una mera figura retórica, entre las muchas que la gente usa y que no registra el diccionario. No se trata de una definición imperiosa cuya supresión pueda hacer un verdadero menoscabo.

En mi opinión, por respeto y consideración al pueblo judío, la Real Academia debería rever su temperamento y eliminar la quinta acepción de la palabra "judío". Pero se trata, en definitiva, de una discusión que debe darse en el seno de la Real Academia. Parafraseando la letra del artículo 19 de nuestra Constitución Nacional: se trata de correcciones lingüísticas sólo reservadas a los académicos, y exentas de la autoridad de los magistrados. Por ello, si el juez Lijo desea tener alguna injerencia, mejor sería que en vez de aspirar a integrar la Corte Suprema, se postule como miembro numerario de la Real Academia Española.

* Juez de la Cámara Penal de Apelaciones y Garantías del Departamento Judicial de Azul. Autor de "Nueva teoría del delito: Paradigma voluntarista" en 15 tomos.

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