17 de agosto de 2020

ENFOQUE

ENFOQUE. La libertad como legado

General José de San Martín, a 170 años de su fallecimiento.

Escribe:

Prof. María Liliana Christensen

Evocar la figura del Gral. José de San Martín cuando se cumplen 170 años de su paso a la inmortalidad es tarea imprescindible y honroso mandato. En un año particularmente arduo y difícil como el que transitamos la sombra gloriosa del Libertador, erguida por encima de este trágico presente y de tantas penosas mezquindades que nos acechan, se vuelve un símbolo poderoso y un llamado impostergable que debemos escuchar.

Desde el fondo de la Historia su voz resuena potente y perentoria, advirtiendo a los argentinos que no hay nada más importante que la libertad. Ése ha sido su principal legado, ésa su máxima más valiosa.

Nos dejó un ejemplo a imitar y nos marcó un camino a seguir

Recordar al Libertador es sin dudas una invitación a reflexionar sobre las incontables virtudes de un hombre que ha sabido estar a la altura de su destino. Que con ingentes esfuerzos nos legó esta patria dificultosamente ganada, dolorosamente construida, dejando para las generaciones futuras la certeza de que la lucha vale la pena. Cultivó la fuerza del hombre capaz de pelear por sus ideales, a los que se entregó por entero.

Y nos dio mucho más que eso: nos dejó un ejemplo a imitar y nos marcó un camino a seguir. Encarnó esa otra gloria más grande que sus victorias que es la virtud, excepcional en un guerrero, de haber sabido vencerse a sí mismo, y haber renunciado a los ascensos, los honores y los premios del triunfo en todos los lugares en los que venció.

Hombre de una firmeza de carácter indiscutida, algunos retratos y no pocas descripciones nos muestran que la autoridad del Libertador se desprendía de su mirada, o bien que emanaba de ella. Era una autoridad sin estridencias que se advertía en la mirada abarcadora y penetrante de sus ojos oscuros. Es ésta una visión de la autoridad que no tiene que ver con imponerse frente al otro de manera agresiva, sino que parece ser lo que queda en una persona que ha sabido imponerse, en primer lugar, sobre sí misma. La autoridad así entendida aparece como una cualidad de autodominio, un férreo ejercicio de la voluntad que en el Gral. San Martín se destaca como rasgo dominante.

"¡Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas!"

Dedicó sus mejores años a la causa de la independencia de la América española. Nunca dudó respecto de sus convicciones, jamás decepcionó a los que pusieron en él y en su proyecto emancipador fuertes expectativas. Alentó desde la Gobernación de Cuyo a los congresales reunidos en Tucumán que hacia 1816 titubeaban ante el enorme desafío de declarar la Independencia: "¡Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas!"

Liberó Chile luego de concretar la portentosa hazaña del histórico Cruce de Los Andes. Desde allí, tras superar enormes dificultades, partió hacia Lima con el objetivo de culminar su Plan Continental derrotando a ese inexpugnable reducto del poder español que era el Perú. Luego del triunfo, San Martín entró en Lima en la noche del 9 de julio de 1821. Esperó que oscureciera para entrar a la capital a caballo y sin escolta, acompañado sólo por un ayudante y desechando toda pompa oficial.

El 28 de julio de 1821 se firmó el Acta de la Independencia del Perú. Apenas ingresado en Lima el General publicó una serie de bandos destinados a restablecer el orden público; el 2 de agosto, ya como Protector del Perú, tomó medidas que muestran lo medular de su pensamiento: la declaración de inviolabilidad de los domicilios; la libertad a los hijos de esclavos; la ciudadanía a los indios; la abolición del trabajo servil, de los tributos y de los azotes; y la creación de la Biblioteca de Lima.

"La ilustración de los pueblos es más poderosa que los ejércitos..."

Siempre creyó en el poder transformador de la educación. Preocupado fundamentalmente por la formación de ciudadanos que supieran defender la libertad, trabajó con empeño por la instrucción pública convencido de que "la ilustración de los pueblos es más poderosa que los ejércitos para sostener la independencia de América".

Su dolor más grande fue la fractura entre sus compatriotas, el brutal enfrentamiento entre hermanos que sobrevino en los años siguientes a la Declaración de la Independencia y que inexorablemente llevaría a una guerra civil en la que jamás quiso involucrarse. "Mi sable nunca se desenvainó para derramar sangre de hermanos".

Cuenta la historia que a fines de 1828, ya desde su exilio europeo, zarpó de incógnito hacia el Rio de la Plata; para no ser advertido lo hizo bajo el nombre de José Matorras -invocando el apellido de su madre-. El 6 de febrero de 1829 el barco ancló en Buenos Aires. Todos los pasajeros descendieron, salvo él. No hacía apenas dos meses, el Gral. Lavalle había derrocado y fusilado a Manuel Dorrego. Lavalle, que había sido su gran compañero de armas en el Ejército de los Andes, le ofreció que se hiciera cargo de Buenos Aires y negociara la unión nacional. San Martín se negó rotundamente: "En el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, es absolutamente imposible reunir a los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos".

El exilio

Inmediatamente se fue a Montevideo, a esperar un buque para regresar a Europa. Su exilio sería ya definitivo.

Es fácil imaginar el dolor que embargaba su alma en esas circunstancias. La patria por la que había hecho tanto, a la que había ofrendado sus mayores esfuerzos y consagrado todos sus desvelos, se debatía en un feroz enfrentamiento entre unitarios y federales que terminaría desangrándola.

Vivió modestamente hasta el fin de sus días, sólo empeñado en la educación de su hija Mercedes y en seguir a la distancia los penosos acontecimientos que se sucedían en las provincias del Río de la Plata. Muchas cartas dirigidas a sus amigos dan testimonio de esa constante preocupación.

Un hombre fiel a sus principios, sin ambiciones personales ni apetito de poder, que optó por el renunciamiento y el exilio y que terminó sus días lejos de su patria, sufriendo por ella. Un hombre íntegro que supo de la entrega desinteresada, sin especulaciones ni desvíos.

Juan Bautista Alberdi relata de este modo la impresión que le causó conocerlo, en un encuentro mantenido en Francia el 14 de setiembre de 1843: "Habla sin la menor afectación, con toda la llanura de un hombre común. Al ver el modo de cómo se considera él mismo, se diría que este hombre no ha hecho nada notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así".

En este oscuro presente los argentinos, que somos herederos de tanta grandeza y beneficiarios de una obra tan prodigiosa debemos honrar su memoria, comprometidos con nuestro tiempo y nuestra patria. En estos tiempos difíciles en los que la Nación nos reclama tenemos el histórico desafío de seguir defendiendo la libertad para ser dignos de su inmortal legado.

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