6 de febrero de 2022
Por Moira Goldenhörn
Abogada y docente
Este miércoles por la tarde se emitió el alerta por fallecimientos de consumidores de cocaína que aparecieron muertos o descompensados en sus domicilios y en la vía pública, a las pocas horas nos enteramos que la sustancia había sido adulterada con algún opiáceo y tal vez estricnina, el conocido veneno. Las redes estallaron con comentarios de odio hacia los consumidores, memes de todo tipo y alguna voz pidiendo clemencia y humanidad para tratar la tragedia, apuntando a la inexistencia de la mano que pudiera arrojar la primera piedra sobre este particular. El amarillismo tiñó finalmente todo cuando circularon imágenes de las personas fallecidas en diversas situaciones, desde automóviles hasta en ropa interior.
Día a día destruye familias, carreras, vínculos, proyectos...
Si bien aún no sabemos qué responde la adulteración, siendo las principales hipótesis públicas un enfrentamiento entre bandas y una "prueba de corte" con un opiáceo altamente tóxico, me interesa rescatar de este hecho es que muestra patente para todos y todas lo habitual, cotidiano y cercano del consumo de sustancias, el enfoque de "reducción de daños", cómo se enfoca el mismo ante la falta de oportunidades Y, además, desandar el camino que llevó a más de una persona a preguntar: "¿Quién está en condición de juzgar a los consumidores?".
Es una pregunta que, de buenas a primeras, los que se consideran a sí mismos "respetables vecinos de alta moral" responderán "yo" con el dedo acusador; pero, incómodamente, me atrevo a repreguntar ¿en serio? Porque, veamos, por poner un ejemplo, digo que me ha tocado en mis 16 años de docencia secundaria y 20 universitaria, conocer a muchísimos y muchísimas adolescentes y jóvenes (también padres y madres de familia trabajadora) contarme que "ya no pueden más", que temen que el transa les quiebre las piernas por las deudas, que sus hijos se enteraron de su consumo, que no quieren defraudar sus padres, que consumen para aguantar la doble jornada laboral más la facultad o el estudio, soportar la prostitución, olvidar los abusos infantiles, los golpes en casa y tantos otros dolores que no "se ven" en el cuerpo porque anidan profundo en el alma donde nadie se atreve a mirar y muy pocos pueden llegar a sanar...
Y, yendo un poco más allá, sigo preguntando incómodamente ¿en serio ninguna de las personas que se atreve a acusar pasa más horas en redes sociales con el celular de las que debería, o se siente intranquila si el médico los deja sin la receta del ansiolítico? ¿O acaso necesita del vinito diario, de la cervecita de la tarde, o la piña en la pera todos los fines de semana para "sentirse bien"? ¿Nadie que diría "yo no soy adict@" tiene crisis de ansiedad cuando se le terminan los cigarrillos? ¿Ninguna de esas personas tiene una relación complicada con la comida, con su propia alimentación? ¿Nadie tiene o tuvo dificultades para terminar una relación nociva con familiares o pareja, y se sienten morir si esa persona les falta o se aleja de su vida, recurriendo una y otra vez a su presencia para sólo recibir maltrato indefinidamente? ¿A ninguna persona se le hace difícil dejar el trabajo fuera de la casa y en no más de 8 horas diarias? ¿El entrenamiento físico? ¿Y acaso en su familia, tampoco hay madre, padre, hij@s, herman@s con estas características de personalidad?
Porque, bueno, desde esta mirada profunda, realmente son muy pocas las personas que pueden decir "yo puedo acusar", porque tenemos que entender lo ocurrido en una perspectiva de responsabilidad social, que implica reconocer la adicción como una suma de predisposiciones personales y condicionantes sociales que, en una personalidad adictiva y como respuesta a situaciones de crisis o traumas, desarrollan la enfermedad que, esta semana, mató a más de 20 consumidores y consumidoras de cocaína; pero que día a día destruye familias, carreras, vínculos, proyectos...
La adicción es un problema social
Digamos claramente que el problema no es "la droga", tampoco la clandestinidad -aunque sí es importante esto en los abordajes desde la reducción de daños- porque la adicción en sí puede ser a cualquier cosa: trabajo, bebida, drogas legales, comida, tabaco, personas, redes sociales, vínculos nocivos, ejercicio; como también a drogas ilegales que, ciertamente, no se sabe qué contienen en su formulación. Y sepamos que la adicción es un problema social, no sólo para la persona adicta o que se encuentra atravesando situaciones de consumo problemático, sino para su entorno directo, ya que el abordaje debe considerar la familia y los círculos sociales de la persona enferma para su recuperación.
Entonces, en este momento, siendo conscientes de que enfrentan distintas adicciones muchísimas personas que nos son cercanas o quizás nosotros mismos, podemos preguntarnos por los motivos que llevan a las personas a consumir, y a consumir qué sustancias, personas, actividades en particular. Y, digamos, como respuesta general, que lo que se busca con el consumo, es alivio para algunas penas y dolores: como dijo el gran Oscar Wilde en "El Retrato de Dorian Grey": "Había fumaderos de opio donde se podía comprar el olvido" ¿y qué buscan olvidar los consumidores? Desde el hambre en el cuerpo, el cansancio cuando se debe seguir trabajando, las ausencias, los abusos, el hastío de la vida sin opciones, el aburrimiento, el abandono, la inseguridad propia, el miedo, la soledad, el desempleo, la pobreza, la indiferencia... tantas realidades que calan hondo en el alma cuando no puede abrirse para dejarlas salir, cuando no encuentran salida, cuando no encuentra la paz.
Y, en este punto, me parece importante hablar de los memes en todo este asunto (como tantos otros), porque si podemos coincidir en que las adicciones en general son una problemática que se aliviaría desde el diálogo honesto y profundo, pero que éste se ve imposibilitado por el tabú y la vergüenza; los memes, como todo recurso humorístico, aportan mucha luz y oxígeno a lo que es difícil de mirar de frente. Y, en particular los memes, por el absurdo que traen, que irrumpe en "temas serios", en tabúes, es que tienen la fuerza disruptiva capaz de sacudir la basura debajo de la alfombra para que, al menos, podamos traer sobre la mesa algunas discusiones. Suelo decir que los memes, para millenials y centennials, cumplen una función comunicacional similar a la que supo tener el gran Tato Bores para quienes somos algo mayores: con su humor caricaturesco, de parodia, absurdo podía hacernos hablar a los argentinos de lo que estaba vedado para el pueblo de a pie. Es así como el humor se vuelve sanador en sí mismo y vehículo de sanción a través de la palabra compartida, visibilizando lo oculto y volviendo tangible lo intocable.
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