6 de abril de 2025

A 43 AÑOS DE MALVINAS, ENTREVISTA CON JUAN JOSÉ "CANANA" PÉREZ

A 43 AÑOS DE MALVINAS, ENTREVISTA CON JUAN JOSÉ "CANANA" PÉREZ . "Teníamos orden de no matar a nadie... ¡y era una guerra!"

Es el único azuleño que participó en la recuperación de las Islas Georgias del Sur, el 3 de abril de 1982, como integrante de un grupo especial de cuarenta efectivos. Atrás habían quedado los días de fútbol en los clubes de Azul. La colimba fue mucho más que eso: un viaje hacia el sur resultó tan sorpresivo como desconcertante. ¿Hacia dónde se dirigían, a bordo de la corbeta Guerrico? Tiempo después supo que la operación militar se realizó en secreto y en el contexto del «Operativo Rosario». A poco de llegar al archipiélago, a dos mil kilómetros al sur de las Islas Malvinas, el helicóptero Puma que transportaba a un grupo de tiradores de Infantería de Marina fue acribillado desde posiciones antiaéreas inglesas. Pérez sufrió heridas gravísimas que lo dejaron fuera de combate. A su lado murieron dos de sus compañeros, Almonacid y Águila. Cuando estalló el conflicto en el Atlántico Sur, el azuleño estaba a menos de tres meses de salir de baja de la conscripción.

ENTREVISTA Y TEXTOS: MARCIAL LUNA

Mi clase es 1962. Nací el 13 de noviembre de ese año. De chico me decían "Canana", pero no sé por qué... Creo que pronunciaba mal alguna palabra y mi papá me puso el apodo. Ya en el colegio me decían "Canana" y hoy todo el mundo me conoce así.

Hice la primaria en la Escuela N° 13 y después pasé a la N° 2. El secundario lo cursé en el Colegio Nacional de Azul y dejé en quinto. Trabajé un tiempo en la zapatería La Nueva, de los hermanos Jacinto y Oscar Mayer. Yo jugaba al fútbol, primero en Alumni y luego en Athletic, hasta que la colimba me cambió todo.

La conscripción me tocó en la Armada. En el sorteo saqué el número 990. Fui a la Plata para hacer la instrucción en el CIFIM, el Centro de Incorporación y Formación del Infante de Marina. Fue una instrucción básica, aunque nos tuvieron un mes y pico allí. El lugar era un desastre, las cuadras, los baños precarios. Todos los días comíamos lengua con puré. Era raro que cambiaran el "menú". Lengua con puré: al mediodía y a la noche. [Risas.] ¡Y agua! Nos daban agua en un jarro. No era suficiente, teníamos mucha sed, así que íbamos al excusado, tirábamos la cadena y poníamos el jarro adentro para poder recolectar y tomar un poco más.

Pasado ese período de mes y medio en el CIFIM, un día nos distribuyeron. Con un grupo, nos fuimos en tren con rumbo a Bahía Blanca. Llegamos de noche. La única parada había sido en Tandil.

Cuando arribamos a Punta Alta, nos llevaron después a Puerto Belgrano y ahí nos integramos al Batallón de Infantería de Marina N° 1 [BIM1], que es el que tomó Malvinas y Georgias; y en el que Giachino era Giachino era jefe nuestro. Nos saludaba cada mañana en la formación. Estaba el BIM1, pero también el BIM2 y otras unidades, como la de morteros. Era una ciudad allí dentro. Había de todo en la base en esa época, hasta calles con semáforos y supermercados. (Luego, donde yo estuve, todo fue demolido.)


El primer embarque. "Cuando estuvimos arriba del Bahía Paraíso, esperando embarcar en el helicóptero Puma, al ver la costa decíamos: 'Mirá, allá andan algunos, deben ser los que viven acá'. ¡Nada que ver! Eran los ingleses. Iban corriendo para ponerse en las posiciones", recuerda Pérez.

GENTILEZA JUAN JOSÉ PÉREZ


Todavía teníamos puestos unos zapatos chiquitos cuando llegamos al BIM1. Formamos en la plaza de armas y nos dividieron en grupos, que después serían las compañías "Alfa", "Bravo", por ejemplo. Luego fuimos a cenar. Nos dieron de comer cordero en estofado. ¡Comimos como si fuera el último día y hasta postre nos sirvieron! Recién después de la cena nos entregaron el equipo: borceguíes nuevos, de siete suelas, y el resto de las cosas, entre ellas el FAL. Ahí nomás nos sacaron a caminar tres kilómetros por el medio de los médanos. Overol, parka, borcegos, marmita, mochila, y dos ambulancias atrás que nos venían siguiendo, porque algunos se iban desmayando. Cuando nos quitamos el calzado, las ampollas eran como alfajores. Ese fue el primer entrenamiento, ni bien llegamos.

En el sitio de instrucción, vivíamos en carpas que armamos cuando llegamos, de noche; y en los pozos de zorro vivíamos cuando practicábamos combate. Estábamos preparadísimos. A esos pozos los tuvimos que hacer nosotros, aunque siempre había alguien que guiaba el trabajo. Nos manteníamos dos o tres días ahí dentro y llegamos a hacer combate con balas de verdad. Poníamos trampas, porque se jugaba a ver quién invadía una zona, o quién no llegaba, o directamente no podía. Yo, para ese entonces, ya había andado en helicóptero y participado en explosiones. Todo eso, unos seis meses antes de ir a Georgias. Con el tiempo me di cuenta de que habíamos practicado mucho. Nuestro entrenamiento en la conscripción fue muy intenso.

En uno de esos entrenamientos, salimos de campaña. Nos hicieron sacar la parka y como allá existe la roseta, que es una bolita con pinches, teníamos que rodar entre las rosetas y después, con todo eso clavado, nos hacían poner la parka. Y había que andar todo el día con eso encima, sin quitárselo.

Un gran movimiento

Íbamos a cazar y comíamos en la marmita. Yo agradezco haber estado en Infantería de Marina, porque la comida siempre fue excelente. En el BIM1, mi Batería era la "Alfa". Se decía que cuando movía en BIM1 era porque algo fuerte iba a pasar. Se producía un movimiento grande. Y, efectivamente, pronto lo vimos.

La conscripción fue de un año y pico. Estuvimos de instrucción en instrucción, hasta que un día nos alistaron. Por lo general, era siempre lo mismo: salíamos cada uno de los días, todos alrededor de la plaza de armas, limpiábamos el armamento, los equipos, comíamos y volvíamos al mismo lugar, sentados, pero no hacíamos nada más. Hasta que empezamos a ver que, cada vez, quedábamos menos. ¡Ya estábamos aburridos! Teníamos que dormir vestidos, con el FAL entre las piernas. Y nos levantábamos vestidos. Así era.

Un día estábamos en la plaza de armas. Me habían designado jefe de pelotón y me sentía orgulloso por ello. En el pelotón eran cinco, seis personas, a veces diez. Recuerdo que estaba el cabo Alejandro Ibáñez y se nos acercó ese día. Nos dijo directamente: "Necesitan un grupo para ir a unas islas al sur". Sólo eso. Les propuse a los chicos que estaban conmigo: "Vámonos, ¿qué vamos a hacer acá? Vámonos a pasear a algún lado". Y así nos fuimos.

Nos subieron a un camión. Le dejé un papel y una moneda a un pibe que estaba ahí. El papel solamente decía: "Me fui al sur", y la dirección de mi familia. "Mandame esta carta porque me voy", le encargué. De la base directamente salimos para Puerto Belgrano. Llegamos en un camión, bajamos y esperamos un rato.

Cuando llegamos a Puerto Belgrano, estaba la corbeta Guerrico preparada. A las diez de la noche, no recuerdo si nos dieron de comer, pero sí que nos dijeron: "Suban". Rápidamente, en la corbeta, nos ubicamos donde pudimos. Subimos con las bolsas marineras. Ahí estaba todo el equipo, la ropa y recuerdo que hasta agarré unos libros para leer. Dos horas después zarpamos. Era el 28 de marzo.

La Guerrico era una corbeta misilística, de las que sirven para andar de mil a tres mil metros mar adentro, nada más. Tenía capacidad para cuarenta y cinco personas, que son los que manejaban la corbeta. Eran todas computadoras de última generación en ese momento. Nos metieron ahí adentro, éramos unos cuarenta y pico o cincuenta, más la tripulación propia. El tema era dónde dormíamos, porque no había lugar. Así que dormimos en las oficinas, en cualquier lado donde uno se pudiera tirar.

Yo dormí en una oficina administrativa y, mientras fuimos en pleno viaje, se cayeron carpetas, las máquinas de escribir me pasaron cerca de la cabeza... Al final se terminó rompiendo todo eso, mar adentro, porque las sacudidas del oleaje fueron grandes. Caminábamos con un pie en la pared y otro pie en el piso. Era terrible.

Así viajamos. Yo me puse a hacer líneas para pejerrey. Los del barco tenían de todo, así que les saqué algunos anzuelos y tanzas y me hice unos bajos. Yo era un loco por la pesca y les decía a todos: "¡Vamos a pescar!". ¿Pescar? Donde nos metimos mar adentro, agarramos una tormenta que, realmente, esa corbeta fue como un papel en un mar furioso. El máximo es "10", mar malo. A nosotros nos agarró "Mar 7" en ese momento, después "8". La corbeta se hundía entre las paredes de agua y salíamos a flote. ¡El agua nos pasaba por arriba...! Una locura.

Recuerdo que mi compañero Águila me dijo, antes de salir: "Pérez, tengo miedo de ir en este viaje". Eso fue antes de subir al barco. Muchos de los conscriptos eran del Norte. Esa clase entró a la Marina, para la conscripción, y al mes los llevaron. En la corbeta Guerrico, Águila no comía porque vomitaba continuamente. Iba con dos bolsas de nylon en la mano. No comió en todos esos días. Pero salvo ese caso, el resto íbamos contentos. A mi bolsa no la encontré jamás, vaya a saber dónde fue a parar con tanto revoleo... Llevaba de todo ahí, inclusive la medalla de identificación, que siempre lamenté perder. Las entregaban ni bien ingresábamos a la conscripción. Mi medalla tenía unas pocas inscripciones: Clase 62, el nombre y apellido; y, en el reverso, el número de lista de la Armada. [Se trata de la "chapa de vida". El segundo comandante del BIM1, Oscar Víctor Bulfon, confirmó que la misión en Georgias fue rigurosamente secreta.]

El 2 de abril pasamos por Malvinas. Desde donde estábamos, no pudimos avistar nada. Todo era silencio y no nos decían nada. Lo único que nos comunicaron en un momento fue: "Se izó el pabellón argentino en las Islas Malvinas". Pero nosotros, ahí adentro, estábamos como en otro mundo. Pasó otro día más y llegamos a Georgias. Nos estaba esperando el buque Bahía Paraíso. Ese era un transporte polar, no era un buque de guerra. Lo agarraron a la pasada, para este conflicto. Había hecho viajes a la Antártida, por ejemplo, y estuvo el azuleño Julio Avellaneda allí, como ayudante de cocina.

En Georgias se venía dando toda una situación desde el año anterior y en marzo de 1982 se armó lío por el desarmadero [de la empresa Davidoff]. A nosotros, mientras íbamos hacia Georgias, nunca nos dijeron ni a dónde ni para qué. Nosotros ni siquiera sabíamos que esa isla era Georgias. Lo único fue eso: cuando pasamos por Malvinas, el mismo 2 de abril, se nos informó que se había alzado el pabellón argentino en las islas. Lo celebramos, pero no sabíamos que se había combatido.

Cuando estuvimos arriba del Bahía Paraíso, esperando embarcar en el helicóptero Puma, al ver la costa decíamos: "Mirá, allá andan algunos, deben ser los que viven acá". ¡Nada que ver! Eran los ingleses. Iban corriendo para ponerse en las posiciones. El Bahía Paraíso ya estaba anclado cuando nosotros llegamos y, en un costado, le habían pintado una cruz roja.

La llegada a Grytviken

En Georgias no había nada. Quedaba lo que había sido un hospital, unos galpones y una iglesia. Yo no alcancé a conocer mucho porque fui herido y volví. Sólo llegué a ver que, al terminar la montaña, había unos cincuenta metros planos y luego el mar. Ahí es todo roca. También estaba el desarmadero y se veía la chatarra de los barcos balleneros.

Nuestro armamento era más o menos. Usábamos el FAL, la bayoneta, teníamos granadas. Algunos Fales tenían la culata maciza, de madera; después vinieron los rebatibles y al final la M16. Los ingleses ya tenían M16.

El equipamiento de Infantería es grande. Nosotros usábamos el camuflado o "enmascarado", como se le llamaba entonces. Infantería usaba ese equipo, pero el de Ejército era verde nomás.

Nosotros llegamos el 3 de abril al puerto de Grytviken y fue cuando avistamos el Bahía Paraíso. Eran las nueve de la mañana y estaba todo minado. Nos decían ahí: "No se puede desembarcar porque está todo minado". Y nosotros, a lo lejos, seguíamos viendo movimiento de gente, cerca de la costa. Nos indicaron que nos trasladaban al Bahía Paraíso y nos pasaron en una balsa. El buque tenía hangar con helicópteros, dos Puma y un Alouette. El Alouette era solamente para dos personas. Estuvimos ahí un tiempo, luego salió un viaje, más o menos un pelotón completo se embarcó, después salió el segundo y en el tercero fui yo con mi grupo. Cuando despegamos del buque, antes de llegar a la costa, a mitad de camino, nos empezaron a tirar. (Los ingleses estaban ahí, esperándonos desde hacía seis meses. Me contaban mis compañeros que los ingleses vivían bajo tierra en esa isla, en sus refugios, con bebidas blancas. Bebían a lo loco y tenían pools, máquinas de flippers, porque estaban esperando).

En pleno vuelo, nos empezaron a tirar. Yo iba en el fondo del helicóptero Puma. Como jefe de pelotón, había subido primero. Después subieron mis compañeros y, en pleno vuelo, nos sacudieron. Los ingleses nos empezaron a tirar, a tirar, a tirar... No terminaba nunca. Empezó a caer aceite caliente sobre nosotros y había muchísimo humo. El helicóptero comenzó a temblar y el piloto, en ese momento, nos habló por el parlante: "Quédense tranquilos, vamos a ver cómo aterrizamos...". Pero nosotros mirábamos por el visor del piso y era todo agua. ¿Qué quiere decir? Que todavía no habíamos llegado a la costa.

En un momento el piloto se tiró un poco más hacia la costa y nos dijo: "¡Tírense! ¡Hay que largarse! ¡Hay que largarse!". Mirábamos hacia abajo y había, por lo menos, diez metros. Estábamos sin soga, sin escalera, ni nada. En ese momento nos estaban haciendo un colador. Nos tiraban con ametralladoras antiaéreas. El helicóptero nuestro recibió cerca de trescientos impactos. El proyectil que me alcanzó a mí fue uno de 12,7 milímetros. Como estaba sentado, entró donde empieza el glúteo y salió donde termina, a un centímetro de la columna. Ahí murieron mis compañeros: a la derecha estaba Jorge Águila y a la izquierda Mario Almonacid. Al igual que yo, los dos eran conscriptos. A Águila lo habían atravesado por el pecho y a Almonacid la cabeza, los sesos, tenía todo el casco... ¡Y había que tirarse! El helicóptero giró y fue cuando me hirieron. El tiro me levantó del asiento y me corrió. Me agarró un calor muy grande. Cuando me toqué en la zona, miré mi mano y estaba llena de sangre.

Conmigo iba un pibe de Mar del Plata, Juan Rivera, y le dije: "Uh, loco, me parece que me pegaron un tiro". Miramos hacia abajo y ya eran poco más de cinco metros. Había un pantano. El piloto alcanzó a llevar el Puma hasta el borde, porque si caes en el agua ahí, durás un minuto. El frío es terrible, se está muy cerca de la Antártida.

El día que llegamos sentíamos como si fuesen alfileres que se nos clavaban en la cara. Si mirábamos hacia el cielo, ese 3 de abril en Georgias nos tocó un día espectacular. Había sol, el cielo estaba limpito, pero el aire era un alfiler tras otro. Nosotros íbamos bien abrigados, pero igualmente sentíamos el aire muy frío. Aún recuerdo las montañas, el agua, los pedazos de hielo flotando. Esa bahía era un espectáculo, realmente. Era la zona de Grytviken. Y, por ser una bahía, el agua estaba tranquila. Flotando, vi una mina muy cerca de la otra, así que se discutió cómo desembarcar, si con balsas, o acercando la corbeta para utilizar la escalera.

Cuando nos tiramos del Puma, el agua estaba helada. Me congelé en ese pantano, cuando me largué y caí allí. Nos habían dicho que, en esas aguas, para llegar al paro cardíaco no se requería más de un minuto. En cambio, en Malvinas es otro clima: todos los días llueve. Hay humedad, viento, lluvia. Siempre así. No lo sé, quizá le erraron en la fecha también [se refiere a quienes planificaron el "Operativo Rosario"].

Además, cuando caí en el pantano, quedé paralizado; sobre todo la pierna izquierda. Y el cuerpo empezó a enfriarse. Recuerdo que agarré el paquete de curación y me lo puse. Entonces me sorprendí: "¿Cómo es esto?". Porque había un charquito de sangre que se iba extendiendo en el pantano. Ahí me di cuenta de que tenía otro agujero más, no uno solo. Me vino a buscar el cabo Ibáñez y nos largamos. Ni bien caímos en el pantano, los ingleses continuaron tirando. Nos disparaban desde la montaña y nosotros veíamos cómo los impactos recorrían, en hileras, el pantano. Levantaban el barro.

Cuando desembarcamos, enseguida nos teníamos que tirar cuerpo a tierra, para que no nos sigan tirando y, a la vez, deslizarnos. Ahí ocurrió un hecho de mucha tensión: un compañero quedó parado, paralizado por el miedo, y cuando nos dimos cuenta le gritamos que se tirara cuerpo a tierra, pero él no se movía. Nosotros no sabíamos, lo aprendimos ahí: había que matarlo, nos dijo el jefe, y todos cargamos para dispararle. ¿Cuál era el peligro? Nos declaraba la posición. Es decir, nosotros teníamos que largarnos del helicóptero y reptar entre los pastos, pero este muchacho se quedó ahí, parado. El teniente nos decía: "¡Hay que matarlo! ¡Hay que matarlo!". Hasta que, en un segundo, el muchacho, pobrecito, se rehízo y se tiró cuerpo a tierra. Fue poco más que un instante, pero terrible, y empezó a reptar con el resto.


"Nos tiraban con ametralladoras antiaéreas. El helicóptero nuestro recibió cerca de trescientos impactos. El proyectil que me alcanzó a mí fue uno de 12,7 milímetros", recuerda "Canana" Pérez.

GENTILEZA JUAN JOSÉ PÉREZ


Los glaciares

Aunque Águila y Almonacid iban a mi lado, me salvé porque, si bien iba sentado como ellos, yo estaba inclinado hacia adelante mirando por el visor del piso del helicóptero. Si hubiese estado derecho en el asiento, como ellos, la munición me traspasaba de los glúteos a la cabeza. Ocurre que adelante había una salida de emergencia, transparente, y entonces algunos íbamos mirando los témpanos. Eran enormes, e iban flotando. Me salvé sólo porque iba en esa posición. Al cabo Ibáñez también lo hirieron. Y en la Guerrico les dieron a varios. El guardiamarina Pinchitore se escondió detrás de una chapa, pasó una bala y le dejó el ojo colgando.

Yo ya sentía las heridas y el cuerpo perdía calor. Vi al piloto del Alouette que tenía intenciones de bajar. Lo miré desesperado y le grité: "¡No, no, no, porque te van a limpiar!". Ahí empecé a arrastrarme, medio a gatear, esforzándome con la parte derecha, porque a la izquierda ya no la podía mover. Mientras gateaba, pasaban las hileras de balas al lado mío. Igual me dio tiempo para pasar por el Puma que estaba caído y escuché cómo le daban las balas, continuamente. Y vi que al helicóptero esas balas lo traspasaban, de lado a lado. Ese fue el único helicóptero que cayó, porque los otros dos llegaron bien a tierra.

Después de estar un rato tirado, herido, llegó un helicóptero para rescatarme. Era el Alouette. Para ese momento ya había parado lejos. Llegué hasta ese punto, pero yo no entraba, porque sólo tiene dos butacas y adentro iban dos pilotos y del otro lado, uno con una ametralladora. Yo ni entraba en ese espacio. Como me encontraba, que nada podía hacer con semejante herida, en la desesperación le dije al piloto del Alouette: "Arrancá igual". Me abracé al soporte de la butaca y con la pierna sana [derecha] me apoyé en el pie del helicóptero. Así fui, parado afuera del Alouette y pude llegar al Bahía Paraíso.

Después, en el buque, nos avisaron que, además de todo el fuego de 12,7 que recibimos, los ingleses nos habían tirado dos "cuetazos" que pasaron por arriba de la hélice. Si nos pegaban con eso, no estaría yo acá. Fueron dos cohetes antiaéreos.

En el barco recibí las primeras curaciones. Enseguida me cortaron el uniforme y un médico, con los dedos, me fue apretando acá y allá. "Te duele acá", me preguntaba. "Sí, sí", le iba diciendo yo. Por ahí me pegó un chirlo y me dijo: "Te salvaste". Lo que quiso decir es que no iba a quedar paralítico. Adentro me quedaron algunas esquirlas y tengo dos cicatrices grandes.

La odisea del regreso

Cuando estábamos en ese buque, yo pensé: "Acá nos vamos". Pero no. En ese momento comenzaron a caer los prisioneros que agarramos en Georgias, porque a ellos también los subieron a ese buque. Eran unos cincuenta, todos ingleses. Tenían un herido, que estaba en un box atrás mío. Parece increíble, pero nosotros teníamos orden de no matar a nadie. ¡Y era una guerra! A la bajada en Georgias, no se podía disparar contra los ingleses, pero a ese inglés le habían pegado un tiro y tenía un hueso afuera. Era una mole, el tipo. Cada vez que lo atendían, venía un oficial (porque ellos estaban instalados en la bodega del barco), con un médico revisaban al herido, le apretaban la herida, y él nada. Ni un grito. Hacía fffhhhh para adentro y se la aguantaba. ¿A mí? Me pusieron en la camilla y gritaba algunas veces. Al segundo día me tuvieron que atar los brazos y las piernas. Les rompí el apoyacabeza, con la frente, porque no había anestesia. Nos curaban así nomás, porque no era un buque hospital, sino algo improvisado en el Bahía Paraíso.

Calculo que al inglés también, pero a mí me curaban sin anestesia. Me metían unas pinzas grandes en las dos heridas de bala, me limpiaban con algo. Los agujeros que tenía eran de un diámetro superior a los cinco centímetros. Los que me curaban no se dieron cuenta, pero a mí me dieron con una bala trazante y eso me quemó por dentro. Pero no lo advirtieron, quizá si hubiera sido un buque hospital sí.

El barco se desplazaba. Yo pensaba: "Estos me van a bajar en Puerto Deseado...". El Irízar era más grande, pero el Bahía Paraíso era chico y recibían heridos a lo loco. Los sobrepasó. ¿Qué hicieron? No me bajaron en el continente.

Un día nos aseguraron: "Sale el buque del conflicto y nos venimos". Los ingleses habían dado un mensaje que todo buque después de las doce horas... bueno, justo nosotros estábamos dentro del radar que ellos habían perimetrado y nos pusieron dos submarinos, uno a cada costado. Ahí sí lloramos todos y el miedo fue enorme, hasta en los oficiales. Pero, al final, no ocurrió nada.

Cierta vez me levantaron y me avisaron: "Cuando suene la alarma, vos tenés que agarrar por acá, por acá, llegar al balcón y tirarte". Cuando me asomo, ¿cuánto tenía ese barco? Fácil, treinta metros de alto. Ahí pensé: "¡Qué me voy a tirar! ¡Ni loco!". Pero, en la desesperación, creo que uno se lanza igual, sea cual fuere la altura. Nosotros ya teníamos los salvavidas y todo dispuesto. El mínimo ruidito que se escuchaba a la noche, ¡listo! Ya no se dormía. Íbamos con los salvavidas puestos. Cuando se aparecieron los dos submarinos, así como lo ejecutaron al crucero Belgrano, de la misma manera nos hubiesen liquidado a nosotros. Esos dos submarinos, todo el tiempo a la par, en realidad no nos tiraron porque iban los prisioneros de ellos. Si no hubiese sido así, nos atacaban, no tengo dudas. Nos acompañaron no sé cuánto tiempo, y después de sumergieron. Al fin zafamos y pudimos llegar a Puerto Deseado. Ahí descargaron a los prisioneros ingleses de Georgias, pero... ¡A nosotros no!

Mientras yo estaba herido, desde Puerto Deseado hicimos tres viajes a Malvinas. Cargaban dos o tres helicópteros, y a Malvinas. En ese último viaje entramos en la hora doce, en la que los ingleses iban a voltear cualquier barco que encontraran en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS).

Para ese entonces, sabíamos lo ocurrido en Malvinas. En el momento en que a mí me hirieron, y hasta unos días después inclusive, no supimos nada. Dentro del barco tampoco supe nada, hasta que llegamos a Puerto Deseado. En ese viaje que hizo el Bahía Paraíso hasta Deseado, ni se habló de Malvinas. Sabíamos sobre la recuperación del 2 de abril y que el 3 habíamos tomado Georgias. Menos nos dijeron cuando llegamos a Puerto Belgrano, al hospital. No corría ni una sola información.

Después que terminó el conflicto en Grytviken, a la corbeta Guerrico, cuando salió la agarró un temporal infernal y la llevó rumbo a la Antártida. No pudieron hacer nada. La dejaron que fuera hacia esa dirección. Después, cuando cesó la tormenta, recién pudo volver.

Pero el buque en el que íbamos, ¿qué hacía en lugar de bajarnos en el continente? Llevaba helicópteros, desde Puerto Deseado hasta Malvinas. ¡Nosotros teníamos una calentura tremenda! Se hicieron varios viajes así. En el barco encima los atendían mejor a los ingleses que a nosotros. Hasta jugaban al fútbol en la bodega. Primero les daban las facturas a ellos y recién después nos atendían a nosotros. Julito Avellaneda me traía las latas de ensalada de frutas a escondidas y yo las guardaba debajo de la cama. A veces eran latas de durazno en almíbar. De esa manera, podíamos comer un poco más.



El Diploma de Honor otorgado a Juan José Pérez por su participación "en las operaciones de Guerra del Atlántico Sur, en resguardo de la soberanía argentina en las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur".

GENTILEZA JUAN JOSÉ PÉREZ


El ocultamiento

Finalmente llegamos a Puerto Belgrano y yo pensé: "Acá me van a bajar". ¡Ya me imaginaba yendo para mi casa! Y no: estuve de quince a veinte días arriba del barco. Para ese momento, yo no lo sabía, pero me había agarrado un principio de gangrena en las heridas. Me llevaron a una salita, bastante chica, y ahí me quitaron los vendajes. En un segundo la salita se impregnó de un olor a podrido tremendo. Me empezó a caer un jugo por toda la pierna, desde las heridas. Vi que los médicos hablan entre ellos. Uno dijo: "Rasuración", porque me tenían que afeitar toda la pierna, pero yo escuché "operación". Me enloquecí dentro de esa salita, empecé a tirar trompadas y patadas para todos lados, hasta que me dieron un calmante, calculo yo. Después aparecí en otra camilla, sedado. Me operaron enseguida. Cuando entré al quirófano pensé que me iban a dormir completamente, pero no: me durmieron de la cintura para abajo, así que escuché todo. Habían puesto un recipiente en el suelo y escuché cómo tiraban lo podrido que sacaban de las heridas, sentí el bisturí y el tac, tac, cuando arrojaban al tarro lo que cortaban.

En esa sala había un vidrio y detrás estaban todos los capos de la Armada. Miraron la operación que me hicieron. Fuimos los dos primeros que llegamos. Conmigo estaba el enfermero Urbina, que iba en el grupo de Giachino [en el desembarco en Malvinas el 1 y 2 de abril de 1982]. Un poco nos cargaban, nos decían que éramos los "dos primeros soldados de bronce" que llegaban heridos en combate.

Después de la operación, estuve unos seis meses internado. Me habían hecho dos agujeros y los iban rellenando con unas grajeas, para que eso fuera trabajando y sanando. Me quisieron sacar piel y carne de un lado para ponerme en otro y yo les dije que no, que prefería que cada herida cerrara sola. Los médicos me decían: "Mire que va a tardar más tiempo". Y bueno, fueron unos meses de mucho sufrimiento.

Los de la Armada venían y me preguntaban: "¿De dónde sos?". De Azul. Me pedían el número de teléfono, pero los días pasaban y no venía nadie de mi familia. "Qué raro", pensaba yo. Ni siquiera me han llamado. Al tiempo, empezaron a caer los del crucero Belgrano. Eso fue tremendo. Un alarido tras otro. La sala de ellos estaba como a cien metros de la nuestra y se sentían los gritos, pobrecitos. Estaban inflados. Picados por el fuel-oil y el aceite del barco, muchos quemados. Y todos los días nos decían: "Se murieron dos", "se murió uno". Siempre así.

Conmigo también estuvo internado uno que había pisado una mina. Le había volado todo el pie, le quedaba el hueso arriba del tobillo nomás.

En mis heridas, los que me curaban dijeron que habían puesto un drenaje, que iba de herida a herida. La carne podrida se caía e iba a un depósito que yo tenía debajo de la cama. Yo pensaba "cuándo me sacarán esto". Y llegó un día en que me dijeron: "Te lo vamos a sacar". Me llevaron en camilla. Uno de los médicos me dijo: "¿Cómo querés que te lo saque? 'Uh, no, despacito', le dije". ¡Zac! Me lo arrancó de un tirón. Me desmayé y aparecí en la cama donde estaba antes: "¿Qué hago acá otra vez acá?", me preguntaba... [Risas]. Yo pensé que ya me iba... A mi alrededor me ponían como un canasto, porque a la zona del cuerpo que tenía herida no la podía tocar ni una sábana, ni nada.

Yo me miraba con un espejo y veía cómo se iban cayendo los nervios de las heridas, las ramificaciones, los puntitos blancos. Caían como si fueran lombrices. Así estuve medio año. Me atrasaban todo. No me querían mandar. Me decían: "En colectivo no puede ir, porque se le puede abrir la herida", "en avión tampoco, porque no tenemos no sé qué".

El primer día que me levanté, lo primero que hice fue ir hasta un balcón que había en el hospital y le di un papel a alguien que pasaba por allí debajo. "Llamame a este número, por favor, y decí que estoy acá internado...". Cuando venían los jefes y me pedían el teléfono, era mentira, no le avisaban a nadie. Se iban guardando información. Te sacaban de dónde eras, qué había pasado, para tener todo tapado y que nadie se enterara. Acá en Azul ya me habían dado por muerto. Hasta alguno había pensado en ponerle mi nombre a una calle. Porque, lo cierto, es que no figuraba en ningún lado. Así, esa persona que logré contactar desde el balcón del primer piso del hospital, llamó a mis tíos. Y a los dos o tres días ya los tenía allá conmigo. Ese día, caminé hasta el baño, estuve un ratito con el muchacho que había pisado la mina, y justo me avisaron: "Pérez, lo vienen a visitar". Eran mis tíos y un primo.

Un día, al fin, pude salir del hospital. Me llevaron en una camioneta, con custodia, y ahí me dieron el pasaje para el ómnibus. En ese momento yo estaba en lo de mis tíos, los que me habían visitado en Puerto Belgrano. Ellos vivían en la avenida Catriel entre Guido y Spano y Puán. Mi vieja falleció a poco de nacer yo, así que no la conocí. En ese momento me trataba más con mis tíos. Ellos se enteraron qué me había ocurrido porque la llamada telefónica se había concretado, pero sólo sabían que yo estaba internado en el hospital de Puerto Belgrano.

Viajé para Azul en ese colectivo. Me sacaron boletos para dos asientos, porque el médico me dijo que fuera tranquilo, que no me recostara sobre el lado herido. También empecé a usar muletas. En pleno viaje, el chofer me pregunta: "¿Qué te pasó?". "Estuve en la guerra de Malvinas". ¡Uhhh!, cuando le dije eso. "¿Dónde estuviste? ¡No te puedo creer!". Paró en la terminal de Azul y me dijo: "No, no te bajés. Yo te llevo hasta tu casa".

Ni los de mi familia sabían que yo volvía. El chofer siguió y paró el colectivo en la puerta de casa, me ayudó a bajar y se despidió.

Todos los vecinos estaban ahí, mirando semejante armatoste estacionado en la cuadra, mientras yo bajaba con las muletas, despacito. Y volvía a respirar el aire de Azul...

EL DATO

El presente relato, aquí resumido, forma parte del libro aún inédito "Azuleños en la Guerra de Malvinas", del autor de la entrevista.

COMPARTE TU OPINION | DEJANOS UN COMENTARIO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

A PARTIR DE HOY

A PARTIR DE HOY. Comienza a regir el nuevo Código Procesal Federal

Gabriel Di Giulio, el titular del Juzgado Federal 1 de Azul, se refirió a la implementación del denominado "nuevo sistema acusatorio". Una reforma revitalizada, DNU mediante, por el actual Gobierno nacional y que a su entender era "necesaria".

7 de abril de 2025

DEPORTES DEPORTES

DEPORTES. Ya tiene fecha el Triatlón de Azul

El domingo 11 de enero de 2026 es la fecha señalada para una gran cita del deporte en Azul. Ese día se correrá la XL edición del clásico Triatlón de Azul. Sin embargo, los triatletas se podrán inscribir previamente los días 9 y 10 de ese mismo mes.

7 de abril de 2025

EL LUNES 14 DE ABRIL . AECA promueve una colecta de sangre

mask
ESTAFAS REITERADAS Y DEFRAUDACIONES EN LA CEAL

"Los avances de la causa son muy importantes"

7 de abril de 2025

COLUMNA DEL PERONISMO 26 DE JULIO

La mano visible que nos apagó el canal

7 de abril de 2025

//