7 de mayo de 2023
Osmar Peñaloza y Olga Arenas tienen una historia muy particular y rica a la vez. Él estuvo en la Armada Argentina, fue chofer de policía, le hubiera gustado estudiar nefrología, participó de autopsias, por su oficio de zapatero conoció a Horacio Guaraní y a Luciano Pereyra y hasta le reparó botas texanas al intendente local cuando organizaba "La Fiesta de la Vaca".
Osmar Peñaloza tiene cincuenta años de oficio. Es nacido en Pilar, en el seno de una familia donde su padre ejercía el oficio de zapatero -de aquellos que realizaban todo en forma artesanal, íntegramente a mano-. Tiene dos hijas y cinco nietos en Pilar y dos hijos de su segundo matrimonio en Azul. Osmar supo aprender de niño el oficio. También a muy temprana edad se desempeñó como albañil en la zona de San Pedro y Baradero, cómo asimismo lo hizo en Tandil cuando se retiró de la Policía y, en tal sentido, recuerda que "aún tengo mi cuchara de albañil que muchas veces me dio de comer". Estuvo en la Armada Argentina, con diecisiete años, donde estudió enfermería; más tarde se arrepintió y renunció cuando tenían que firmar el contrato por cuatro años para hacer el viaje de la fragata Libertad para dirigirse a Puerto Belgrano. Pasó muchas vicisitudes, conoció en Pilar a un zapatero de origen paraguayo que vivía en el país y que trabajaba con máquinas, perfeccionó su oficio y llegó a confeccionar veinte media suelas por semana, lo que para la demanda del momento "era muchísimo". Compró la zapatería y se arriesgó a crear productos: "Empecé con valijas, arreglaba maletines de esos que vienen con cerrojo, después hacía mocasines para hombres y sandalias de mujer". Se mudó a Luján y allí, entre otros clientes, conoció a Horacio Guaraní.
"Mi gran cliente en Azul fue Hernán"
Del ámbito de la política local recuerda a quien hoy es el Intendente Municipal, Hernán Bertellys. La historia se remonta a la época en que el jefe comunal poseía un programa de radio. "Lo conocí porque hacían ayudas solidarias desde el programa. Mi gran cliente en Azul fue Hernán, que hoy es intendente. Teníamos la zapatería en Mitre y Castellar y siempre traía sus botas texanas a reparar, cuando era cantante. Un día mi esposa, que tenía un problema de salud en la pierna, le comentó que necesitaba hacerse un estudio muy costoso en Olavarría y no teníamos el dinero. Ella le pidió si podía pasarlo en la radio para ver qué se podía hacer. El metió la mano en su bolsillo y le dio el dinero: "Yo te lo voy a dar, no me debes nada, no vamos a esperar a que se junte el dinero a través del programa", le dijo. Y afirma Peñaloza: "La verdad es que nos dio una mano muy grande".
Zapatero de Horacio Guaraní
De esa etapa Peñaloza recuerda con alegría y emoción cómo conoció "al artista y a la persona", como lo sostiene: "Pasó un día temprano por la zapatería, traía a su suegra al local de al lado que hacían masajes y como aún estaba cerrado, y él tenía que hacer trámites en el centro, me la dejó un rato hasta que abriera el local. Después nos hicimos conocidos, siempre llevaba sus botas a reparar. Un día me llevó dos marrones para hacer media suela, pero no eran del mismo par. De tantos que tenía, no se había dado cuenta de que no eran las dos iguales. Guaraní ya era un grande cuando lo conocí, era una persona maravillosa, muy sencillo. Él era de allá, de Luján. Tenía "Plumas verdes", un restaurante. Estuve con él en su yate, donde había bodega. Yo tocaba el acordeón a piano y me pedía que le toque un valsecito mientras se cebaba unos mates en el calentador Grandmetal", recuerda. "Era muy divertido, hacía chistes todo el tiempo. Yo ya había entrado a la Policía y me trasladaron a Tandil, luego me vine a Azul y dejé de verlo. Después de muchos años, cuando Guaraní vino a Azul a inaugurar la Fiesta de la Vaca, que era el padrino. Lo fui a saludar. No podía creer que nos encontráramos acá".
De su estadía por los pagos de la virgen recuerda también haber visto muchas veces al cantante y compositor Palito Ortega, quien "tenía una estancia muy grande por allá, y muchas veces venía al pueblo, frente a mi negocio con su custodio".
A Luciano Pereyra lo conoció cuando el artista tenía 10 años y vivía a dos calles de su zapatería: "Era chico, andaba siempre en la bici y pasaba a comprar cohetes y su mamá me llevaba zapatos a reparar". Nuevamente, a Osmar el oficio le ayudaba y pagaba la comida de todos los días.
Las anécdotas siguen. Osmar es un hombre que le gusta hablar, contar su vida. Lo dice con pasión, recuerda sus vivencias con alegría. Va ordenando como recortes de un diario e inclusive, a veces, desordenando pedazos de recuerdos que le llegan como oleadas a su memoria.
Manifiesta que vivió momentos duros en su vida, cuestiones graves de salud que lo tuvieron en varias ocasiones internado, padece diabetes y tiene problemas en un pulmón de una operación que tuvo de chico. Siempre la zapatería y el amor por su trabajo lo mantuvieron a flote. Él y su esposa Olga son personas sencillas, de buen corazón, en seguida abren las puertas de su casa para recibirnos, se alegran de poder relatar parte de sus vidas y afirman que "aún estamos en pie, luchándola". Tienen un pequeño taller en el fondo de la casa y dos hijos, de veinticinco y once años.
En cada traslado, "El zapato roto" dio esperanza
A los 39 años de edad, Osmar logró entrar a la fuerza policial, como chofer. Allí "vi de todo, conocí al gobernador Duhalde, discutí con el Subcomisario Patti, era muy maltratador. Tuve un accidente muy grande en una persecución en Cementerio Parque y del enorme golpe que tuve en la cintura quedé dos semanas sin poder mover las piernas, paralizado. Con el tiempo empecé a recobrar el movimiento, pero ya de ahí quedé con una discapacidad".
No quería hacer adicionales en la Policía, "me rendía más tener mi negocio y estar más tranquilo que hacer extras en zonas a veces bastante peligrosas" y para tener una entrada más de dinero en su casa, a cada lugar que lo trasladaban montaba su zapatería, que siempre llevó el nombre de "El Zapato roto". En nuestra ciudad, durante muchos años estuvo junto a su mujer, en Lavalle entre Córdoba y Tucumán; más tarde en calle Corrientes, luego en Castellar y Mitre; y finalmente en Leyría y Mitre. Antes de la pandemia, se enfermó gravemente del corazón, estuvo internado tres meses y tuvo que cerrar. Su esposa le ayuda y lo acompaña en todo.
Son personas encomendadas y agradecidas a Dios. Olga, con muchos problemas de columna, que la tuvieron también padeciendo enormes dolores durante décadas. Aun así, cose a mano las partes donde no llega la máquina al momento de, por ejemplo, poner un cierre de valija. "Hacer el cierre de una valija a mano me lleva 14 horas, con paciencia lo voy haciendo, aunque con la maquina adecuada se trabajaría más cómodo y se sacarían más rápido los pedidos".
El dinero no les alcanza, los dos tienen pensión por sus discapacidades y con eso "apenas subsistimos". Él sufre los cambios de clima, además: "Nos gustaría terminar el taller del fondo, le falta cerrar dos paredes". Osmar en pleno invierno "trabaja debajo de ese techo con todo el frío que entra, porque está todo abierto", dice Olga, con resignación.
Y, enseguida, van pasando recuerdos, van y vienen las décadas, se mezclan y entrelazan entre sí, recuerda de la política a quien fuera gobernador "Cuando Duhalde sacó a 1600 policías de las fuerzas a la calle, estuvieran enfermos o no, ahí me echaron, sin obra social, sin nada", cuenta Osmar, recordando aquella época.
Por esas cosas de la vida, las internaciones y tantas otras cuestiones que les han ido pasando, no han podido concluir la construcción del galpón donde tienen la zapatería y su sueño es terminarlo; tener un lugar donde no pasar frío en invierno o demasiado calor en verano. La salud comprometida cada cuatro o cinco años le juega a Osmar una mala pasada. Ama su profesión, trabajan todo el día y con eso logran subsistir. El oficio lo ha acompañado toda su vida a Osmar. Por sus manos -y ahora también las de su esposa- pasaron más que zapatos, valijas y mochilas para reparar: pasaron también historias y sueños que fueron reparando con sus manos... Tienen un relato tranquilo, casi resignado, pero de esperanza. Saben que "Dios nos ayuda".
Esta es la historia de la realidad de dos azuleños, quizás para muchos, una historia como cualquier otra, para otros una historia de lucha y esperanza.
"Probé muchísimas cosas, no me arrepiento de nada, todo sirvió de experiencia", dice Osmar con una enorme sonrisa, junto a Olga que lo mira con dulzura y revuelve con una cuchara el café caliente.
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